Las palabras que no dijimos

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Cuando Izuku volvió a encender el móvil al día siguiente, tenía cinco llamadas perdidas y varios mensajes de voz de Katsuki. Tragó saliva y reprodujo el primero:

Oi, te dije que me llamaras cuando llegases. Ya deberías estar en casa. ¿Todo bien?

Lo que no sabía Katsuki era que Izuku había decidido cambiar de destino mientras compraba el billete de tren con el corazón hecho pedazos. Se había dado cuenta de que lo peor que podía hacer en esos momentos era quedarse solo. Necesitaba a alguien que lo abrazara y que lo aconsejara. Alguien que calmara sus penas. A la hora a la que Katsuki había mandado el mensaje, todavía se encontraba en el tren en dirección a Fujinomiya.

El segundo mensaje había sido enviado una hora más tarde:

Estoy intentando llamarte, pero tu móvil no deja de comunicar. ¿Dónde te has metido?

Izuku reprodujo el tercer mensaje:

Oye, estoy empezando a preocuparme. No coges el teléfono ni respondes a los mensajes. ¿Ha sucedido algo de camino a tu casa?

Cuarto mensaje:

Deku, ¿dónde demonios estás? Estoy empezando a pensar que puede haberte descubierto alguno de los hombres de Arata. Estoy jodidamente preocupado. Contesta nada más veas este mensaje, joder.

Un nudo se instaló en el estómago de Izuku. Reprodujo el siguiente mensaje:

¿Acaso estás enfadado? Cuando te fuiste, sentí que algo andaba mal, pero... ¿Hay algo que no me hayas dicho? ¡Si es así, da la maldita cara y dímelo, pero no me ignores! Prefiero eso a pensar que te haya pasado algo. ¡Joder, Deku!

Era el último mensaje de voz. Después de eso, Katsuki había escrito unos últimos mensajes que, por alguna razón, había preferido no decir con su propia voz:

Por favor, Izuku. Por favor.

Solo dime que estás bien.

Es lo único que necesito.

Una vez más, las lágrimas corrieron por las mejillas del héroe. Dejó el móvil encima de la mesa y se llevó las manos a la cara sintiéndose terriblemente culpable. Estaba haciendo sufrir a Katsuki por su sensibilidad y sus inseguridades. A esas alturas, no estaba seguro de si el hecho de ignorar sus llamadas había sido una forma de intentar protegerse a sí mismo de un amor no correspondido o un acto pueril en el que había intentado castigar al rubio con su indiferencia.

Rio de forma amarga. ¿Qué indiferencia? Lo que él sentía hacia Kacchan era cualquier cosa menos indiferencia. Estaba completamente enamorado de él y le dolía pensar que Katsuki no sintiera lo mismo. Apenas había podido dormir imaginando al joven en la cama con ese otro villano. Si ya lo había hecho otras veces, ¿por qué no iba a aprovechar la oportunidad ahora que tenían una casa enorme para ellos solos?

Se levantó y dio vueltas por el salón. Estaba siendo irracional y lo sabía. Por una parte, que hubieran tenido relaciones en el pasado no quería decir que las fueran a tener ahora. Por otra parte, si las tenían, él no tenía nada que reclamarle a Katsuki. Ellos no eran pareja, y Katsuki le había dejado muy claro que él nunca se embarcaría en una relación amorosa. Que hubiera demostrado celos hacia él y se hubieran acostado un par de veces no quería decir nada. El idiota había sido él, sin duda.

Cogió el móvil, dispuesto a contestar. Por un momento, pensó en llamarlo y decirle todo lo que tenía en la cabeza. Confesarle que lo amaba y que la incertidumbre de si su amor era correspondido o no lo estaba matando. Que se había puesto furioso con él de solo pensar que pudiera estar haciéndole a otra persona las mismas cosas que la noche anterior le había estado haciendo a él. Que su rabia había salido en forma de lágrimas que le habían drenado la energía, y a pesar de todo no había podido descansar desde que se había separado de él. Sin embargo, finalmente solo tecleó un breve mensaje y volvió a apagar el móvil para asegurarse de que Katsuki no pudiera contactar con él. No estaba preparado para enfrentarlo. Necesitaba un poco más de tiempo para aclarar sus ideas.

El hilo rojo (Bakudeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora