Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ III

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Contrariamente a mis expectativas de que fugarnos supondría una ceremonia furtiva en Las Vegas con Elvis como oficiante, había hoteles en Florida, Hawái y Arizona que ofrecían «paquetes para la fuga» que incluían la ceremonia nupcial, la estancia a pensión completa en el hotel, y unas cuantas sesiones de masajes. JongDae y MinSeok nos costearon la fuga a los Cayos; fue su regalo de bodas para Brian y para mí.

Después de haber dejado bien claro que se oponía a mi matrimonio con Brian, papá llevó a la práctica su amenaza de cortar cualquier clase de relación conmigo. Nada de dinero, nada de comunicaciones. «Ya se le pasará», me dijeron mis hermanos, pero yo les respondí en un tono de lo más categórico que no tenía ningunas ganas de que se le pasara, que estaba harto de papá y sus mil formas de controlarme la vida.

MinSeok y yo tuvimos nuestra primera pelea sonada cuando intentó convencerme de que Eung-Soo no había dejado de quererme y nunca dejaría de hacerlo.

—Por supuesto —repliqué—. Me quiere como peón. Como su hijo pequeño. Pero no como un adulto que tiene sus propias opiniones y preferencias eso ya es harina de otro costal. Eung-Soo Doh sólo te quiere cuando vives única y exclusivamente para complacerlo.

—Tu padre te necesita —insistió MinSeok—. Algún día. .

—A mi padre no le hago ninguna falta —le dije—. Ahora te tiene a ti. —Eso era injusto por mi parte, y yo lo sabía, pero no pude contenerme—. Tú eres el hijo bueno —le dije, más rabioso que nunca—. Ya he tenido bastante de él.

MinSeok y yo tardamos mucho tiempo en volver a dirigirnos la palabra.

Brian y yo nos fuimos a Plano, al norte de Dallas, donde él encontró trabajo como estimador de costes en una constructora. Tampoco era que quisiera pasarse el resto de su vida trabajando en aquello, pero estaba muy bien pagado, especialmente las horas extras. Yo encontré un empleo de prueba como coordinador de comercialización en el hotel Darlington, lo que se traducía en que ayudaba al director de relaciones públicas en todo, especialmente en los proyectos de marketing.

El Darlington era un hotel moderno y muy elegante, un edificio de forma elíptica que por sí solo ya habría parecido fálico aunque no hubieran tenido la ocurrencia de recubrirlo con una piel de granito rosa. Esa sugerencia subliminal quizás había influido en el hecho de que fuera elegido por votación popular como el hotel más romántico de Dallas.

—Vosotros los dallasianos y vuestra arquitectura —le dije a Brian—. Todos los edificios de esta ciudad parecen o un pene o una caja de cereales para el desayuno.

—Bien que te gusta el caballo alado rojo —señaló Brian.

Tuve que reconocer que en eso llevaba razón. Enseguida había sentido debilidad por aquel Pegaso de neón, un icono arquitectónico que llevaba desde 1934 aposentado en lo alto del edificio Magnolia. Ayudaba a conferir cierta personalidad a lo que por lo demás era un horizonte urbano caracterizado por la esterilidad.

Yo aún no tenía del todo claro lo que opinaba de Dallas. Comparada con Houston, Dallas era cosmopolita, aparatosamente limpia y tirando a estricta. Menos sombreros de vaquero, mejores modales. Y Dallas era mucho más consistente políticamente que Houston, donde los criterios seguidos por la administración municipal daban drásticos bandazos de una elección a la siguiente.

Dallas, tan refinada y peripuesta, parecía sentir que tenía algo que demostrar, como una mujer demasiado preocupada por qué ropa ponerse en su segunda cita. Eso quizá tuviera algo que ver con el hecho de que, a diferencia de la mayoría de las grandes ciudades, carecía de puerto. Dallas había pasado a ser importante a finales del siglo XIX cuando dos ferrocarriles, el Houston and Texas Central y el Texas and Pacific cruzaron sus respectivos tendidos ferroviarios perpendicularmente, con lo que hicieron de la ciudad un gran centro comercial.

Cᴀᴇᴄɪʟʟᴜs Dɪᴀʙᴏʟᴜs || CʜᴀɴSᴏᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora