Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ IX

350 48 63
                                    

Ye-ji habría podido ahorrarse la advertencia de que me mantuviera alejado de los residentes del edificio. Yo ya había decidido seguir el consejo de HongKi acerca de Chanyeol. Mi tío de despecho, cuando y si encontraba uno, no sería manipulador o retorcido. Sería alguien que no me abrumara con su presencia. Y aunque Chanyeol sólo me llevaba siete u ocho años, tenía mucha más experiencia en prácticamente todos los sentidos. En lo tocante al sexo, por ejemplo, había «echado mano del azucarero», como solía decir mi tía Yeo-jin, demasiadas veces.

Pero el día después de que Chanyeol se hubiera mudado a Main 1800, encontré encima de mi mesa un paquete envuelto en papel de regalo y atado con un lazo rojo. Como no era mi cumpleaños ni ninguna festividad en la que se acostumbre a hacer regalos, me quedé bastante perplejo.

Lisa estaba esperando en la entrada del cubículo.

—Fue entregado hace unos minutos —dijo—, por uno de los alfas más sexy que he visto jamás. Ojos azules, músculos fuertes... un sueño de hombre, vamos.

—Sería el nuevo residente —dije, acercándome al paquete con tanta cautela como si pudiera contener una bomba—. El señor Park.

—Si ésa es la clase de residentes que estamos atrayendo ahora —dijo Lisa—, trabajaré aquí el resto de mi vida. Gratis.

—Yo en tu lugar me mantendría alejado de él. —Me senté detrás de mi mesa—. No es el tipo de hombre que respeta a los omegas.

—Qué bien —dijo ella.

La miré con extrañeza.

— ¿Ye-ji lo ha visto traerlo? ¿Se cruzó con él?

Lisa sonrió.

—No sólo se cruzó con él, sino que empezó a caérsele la baba en cuanto lo vio, igual que a Roseanne y a mí. Y se moría de ganas de saber qué contiene el paquete, pero por mucho que lo intentó no hubo manera de que él se lo dijera.

«Estupendo», pensé, y reprimí un suspiro. No había que ser Einstein para saber que hoy iba a tener que limpiar la máquina del café al menos diez veces.

—Bueno... ¿no vas a abrirlo?

—Luego —dije. Cualquiera sabía lo que había dentro, y pensé que sería mejor esperar hasta poder desenvolverlo en privado.

—KyungSoo... estás loco si piensas que podrás sacar ese regalo de la oficina sin que Ye-ji se entere de qué es. —Aunque Lisa parecía apreciar a nuestra jefa, todo el mundo sabía que ningún detalle de lo que ocurría en el departamento escapaba a la atención de Ye-ji.

Puse el paquete en el suelo. Pesaba bastante, y cuando lo moví oímos una especie de tintineo metálico dentro de él. ¿Sería alguna clase de electrodoméstico? Dios, que no fuese algún extravagante juguete sexual.

—No tengo por qué permitir que mi jefa se entere de los detalles de mi vida privada.

—Seguro —dijo Lisa al tiempo que me miraba con escepticismo—. Espera a que Ye-ji haya regresado de almorzar. Tu intimidad durará lo mismo que un pastel a la puerta de un colegio.

Como era de suponer, naturalmente, Ye-ji vino directamente a mi cubículo en cuanto regresó de almorzar. Llevaba un elegantísimo traje blanco, con una blusa rosa a juego con el esmalte de uñas y los labios hábilmente realzados con brillo. Me puse tenso mientras ella se sentaba en el borde de mi mesa y bajaba la mirada hacia mí.

—Hemos tenido una visita mientras estabas fuera —observó con una sonrisa—. Al parecer tú y el señor Park os habéis hecho muy buenos amigos.

—Me llevo bien con todos los residentes del edificio —dije. Eso pareció hacerle gracia.

Cᴀᴇᴄɪʟʟᴜs Dɪᴀʙᴏʟᴜs || CʜᴀɴSᴏᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora