Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ IV

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Advertencia: Contenido sensible.

Nuestro matrimonio fue cerrándose poco a poco en torno a mí. Cuando dejé de trabajar, al principio me pareció encontrarme en el séptimo cielo. Por fin disponía de todo el tiempo necesario para que el apartamento estuviera perfecto. Pasaba el aspirador por la moqueta de manera que las fibras de poliéster quedaran dispuestas en franjas simétricas. Cada centímetro cuadrado de la cocina relucía de puro limpio que estaba. Pasaba horas enteras inclinado sobre las recetas, decidido a perfeccionar mis habilidades culinarias. Disponía los calcetines de Brian en hileras ordenadas según el color.

Cuando faltaban unos minutos para que él llegara a casa, me maquillaba y me cambiaba de ropa. Empecé a hacerlo después de que una noche él me dijese que esperaba que yo no fuera uno de esos omegas que dejan de prestar atención a su aspecto en cuanto han pescado un alfa.

Si Brian hubiera sido un capullo todo el tiempo, yo no me habría mostrado tan dispuesto a amoldarme. Eran los momentos intermedios los que me mantenían a su lado, esas noches en que nos repantigábamos en frente de la tele y veíamos las noticias, ese impulso repentino de ponernos a bailar pegados que nos entraba después de la cena cuando oíamos sonar nuestra canción favorita. Brian podía ser afectuoso y divertido. Podía ser extremadamente atento conmigo. Y antes de conocerlo nunca había tenido a nadie que me necesitara. Para él yo era su público, su espejo, su momento de respiro, la persona que evitaba que se sintiera incompleto. Yo siempre había anhelado que me necesitaran, importarle de verdad a alguien. Era mi punto débil, y Brian había dado con él.

Nuestra relación funcionaba bastante bien, pero no acababa de ser del todo perfecta. La parte que peor llevaba yo era aquella sensación de no saber con exactitud qué terreno pisaba. Los alfas que hubo en mi vida hasta entonces, mi padre y mis hermanos, siempre fueron extremadamente predecibles. Brian, sin embargo, podía reaccionar de muy distinta manera ante la misma conducta. Cuando yo hacía algo, nunca podía estar seguro de cómo sería acogido, si con elogios o con muestras de desagrado. Tener que andar siempre a la caza de pistas sobre cómo debería comportarme me creaba una terrible ansiedad.

Brian se acordaba de todo lo que le había contado sobre mi familia y mi infancia, pero parecía verlo desde una perspectiva muy distinta a la mía. Me decía que en realidad nadie me había querido de veras hasta que apareció él. Me decía qué pensaba yo realmente, quién era yo realmente, y se mostraba tan autoritario sobre el tema de mi persona que no tardé en empezar a dudar de mis propias percepciones. Especialmente cuando le oía repetir las frases habituales de mi infancia: «Tienes que superarlo», «Estás exagerando», «Siempre te lo tomas todo a la tremenda». Mi propia madre me había dicho esas cosas en muchas ocasiones, y ahora Brian las repetía.

Su genio aparecía de pronto sin previo aviso cuando yo preparaba el bocadillo equivocado para su almuerzo, o cuando olvidaba un encargo determinado. Como yo no tenía coche, me veía obligado a recorrer medio kilómetro a pie o en bicicleta para comprar en el supermercado, y no siempre disponía de tiempo para ocuparme de todo lo que necesitaba hacer. Brian nunca volvió a pegarme después de aquella primera vez. Lo que hacía era romper posesiones que yo apreciaba en  especial, arrancarme del cuello un collarcito de oro, tirar al suelo un jarrón de cristal. A veces me arrinconaba contra la pared y me gritaba a la cara. Eso era lo que más me asustaba, la potencia de su voz de mando, que fundía todos mis fusibles interiores, haciendo añicos partes de mí que ya nunca podrían ser recompuestas.

Empecé a mentir compulsivamente, temeroso de revelar cualquier detalle que hubiese dicho o hecho y que no fuera del agrado de Brian, algo que pudiera despertar su furia. Me convertí en un sicofante que se empeñaba en asegurarle continuamente que era más listo que el resto del mundo, más listo que su jefe, que la gente del banco, que su familia o la mía. Le decía que tenía razón incluso cuando no podía ser más evidente que estaba equivocado. Y pese a todo lo que llegaba a hacer yo, él nunca se sentía satisfecho.

Cᴀᴇᴄɪʟʟᴜs Dɪᴀʙᴏʟᴜs || CʜᴀɴSᴏᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora