Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ XVI

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Cuando entré en la oficina a la mañana siguiente sabía que no podía tener peor aspecto, con mis aparatosas ojeras y todas las rojeces en el cuello allí donde me había restregado contra la incipiente barba de Chanyeol. Pero me daba igual. Me sentía más en paz conmigo mismo de lo que me había sentido en meses. Años. Tal vez nunca.

Aún percibía la huella del cuerpo de Chanyeol en el mío, aparte de las leves molestias en mi trasero que me recordaban todo lo que habíamos hecho. Y pese a todas las cosas que deberían estar preocupándome, decidí disfrutar la simple satisfacción humana de que te hayan hecho el amor a conciencia.

—Llama y di que no te encuentras bien —me había susurrado Chanyeol por la mañana—. Pasa el resto del día en la cama conmigo.

—No puedo —había protestado yo—. Me necesitan en el trabajo.

—Más te necesito yo.

Eso me había hecho sonreír.

—De momento ya has tenido bastante.

Él me había estrechado contra su pecho y me había besado apasionadamente.

—Ni siquiera he empezado —había dicho después—. De hecho, he estado conteniéndome porque sabía que andabas muy falto de práctica.

Al final acordamos que ambos iríamos a trabajar, ya que era viernes y los dos teníamos que atender asuntos impostergables. Pero a las cinco y media de la tarde empezaría el fin de semana.

Antes de que Chanyeol se fuera al trabajo, le hice una tortilla de cinco huevos con queso y espinacas, acompañada por una buena loncha de beicon y tres tostadas. No dejó nada en el plato. Cuando comenté que acababa de zamparse todo lo que había en la nevera, dijo que satisfacerme daba mucho trabajo y que un alfa tenía que reponer fuerzas.

Entré en mi cubículo con una sonrisa en los labios y abrí mi portátil. Me encontraba de tan buen humor que nada podría agriarme el día.

Entonces apareció Ye-ji.

—Te he enviado unos correos electrónicos sobre los últimos contratos de mantenimiento —dijo sin más.

—Buenos días, Ye-ji.

—Imprime los anexos y haz copias. Los quiero encima de mi mesa dentro de una hora.

—Ahí estarán. —Se dio la vuelta para irse—. Espera, Ye-ji. Hay una cosa de la que tenemos que hablar.

Mi jefa giró la cabeza hacia mí, sorprendida por lo cortante de mi tono y, pensé, más que nada por la ausencia del «por favor» habitual.

— ¿Sí? —dijo con peligrosa suavidad.

—No quiero que vayas dando información personal sobre mí a la gente. Así que si alguien pregunta por mi dirección o mi número de teléfono, no se te ocurra dárselos a menos que antes hayas hablado conmigo. Creo que a partir de ahora eso debería ser una práctica habitual en el departamento por la seguridad de todos.

Ella enarcó las cejas.

—Sólo intentaba hacerte un favor, KyungSoo. Tu ex marido dijo que quería devolverte algunas cosas. Evidentemente dejaste al pobre hombre con tantas prisas, que te olvidaste de recogerlo todo. —Luego suavizó la voz, como si estuviera tratando de explicarle algo a un niño pequeño—. No intentes involucrarme en tus problemas personales. Eso es muy poco profesional.

Tragué saliva y apreté los dientes para reprimir el impulso de replicarle que yo no había dejado al pobre hombre, sino que él me había dado una paliza y luego me había echado de casa. Pero uno de los ardides favoritos de Ye-ji era lanzarme acusaciones en su tono más dulce hasta que yo, tratando de defenderme, acababa diciéndole cosas que no había tenido intención de decir. Pero no volvería a morder el anzuelo. Había unas cuantas cuestiones en mi vida privada que iban a seguir siendo privadas.

Cᴀᴇᴄɪʟʟᴜs Dɪᴀʙᴏʟᴜs || CʜᴀɴSᴏᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora