Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ VII

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Cuando un apartamento de Main 1800 quedaba disponible, nunca permanecía vacío mucho tiempo, aunque su precio fuese de millones de dólares. Daba igual que sólo tuviera setenta metros cuadrados —las dimensiones del apartamento que le habían adjudicado a mi jefa, que me encantaba porque me parecía de lo más acogedor— o ciento cincuenta, porque siempre disponías de las mejores vistas sobre Houston. También contabas con los beneficios adicionales de tener un conserje y un servicio de tintorería disponible las veinticuatro horas del día, cocinas de diseño abarrotadas de cuarzo y granito, apliques en cristal de Murano, cuartos de baño con suelos de mármol travertinos y bañeras dignas de un patricio romano, armarios tan grandes que habrías podido aparcar un coche dentro de ellos, y la tarjeta de miembro del club para residentes ubicado en el sexto piso, que ofrecía una piscina de dimensiones olímpicas, un gimnasio y tu propio preparador personal.

Pese a todos aquellos servicios, JongDae y MinSeok se habían mudado. MinSeok les tenía un poco de manía a los rascacielos, y ambos pensaban que Daehyun y LuHan necesitaban vivir en una casa con jardín. Ya eran propietarios de un rancho situado al norte de Houston, pero quedaba demasiado lejos de la ciudad y de las oficinas de JongDae para que pudieran utilizarlo como residencia principal. Así que se buscaron un terreno en la urbanización Tanglewood y se hicieron construir una casita familiar al estilo europeo.

Apenas un apartamento quedaba vacío, nuestra agente inmobiliaria, Roseanne, empezaba a enseñárselo a los posibles interesados. Pero antes de que esas personas pudieran ver una vivienda en el edificio Main 1800, Roseanne tenía que haber obtenido una referencia de algún banco o bufete legal para asegurarse de que eran gente normal. «Te asombraría —me había contado— la cantidad de chalados que se mueren por echarle una miradita a un apartamento de lujo.» También me reveló que alrededor de una tercera parte de nuestros residentes habían pagado sus apartamentos en efectivo, al menos la mitad de ellos eran altos ejecutivos, y casi tres cuartas partes eran lo que Roseanne consideraba «nuevos ricos».

Una semana después de que un mensajero llevara la chaqueta de Chanyeol a su oficina tras pasar por el servicio de tintorería, recibí una llamada de Roseanne.

Parecía tensa y un poco alterada.

—KyungSoo, hoy no puedo ir a trabajar. Mi padre ha tenido dolores en el pecho este fin de semana, y ahora está en el hospital y le están haciendo pruebas.

—Oh, lo lamento. ¿Hay algo que pueda hacer?

—Sí —gimió—. ¿Me harías el favor de decírselo a Ye-ji por mí? De verdad que me sabe fatal. Ella dejó claro que debíamos avisar con veinticuatro horas de antelación para tomarnos un día libre.

—Ye-ji no está —le recordé—. Se tomó un fin de semana largo, ¿te acuerdas? —Por lo que sabía, Ye-ji estaba teniendo una aventura a larga distancia con un tipo de Atlanta, e iba a visitarlo al menos una vez al mes. Se tenía muy callado su nombre y su profesión, pero a mí me había dado a entender que era alguien muy rico y poderoso, y que estaba colado por ella, naturalmente.

Con quién estuviera saliendo Ye-ji era algo que no podía importarme menos, pero traté de parecer adecuadamente impresionado para que no se sintiera ofendida. Ye-ji parecía esperar de mí que encontrara fascinantes todos los detalles de su existencia, sin importar lo prosaicos que pudieran ser. A veces repetía las mismas historias, como la de que había pasado un buen rato atrapada en un atasco de tráfico, o que su masajista le había dicho que estaba en muy buena forma, dos o tres veces, incluso cuando yo le recordaba que ya me las había contado. Estaba seguro de que era algo deliberado por su parte, aunque no podía imaginar el motivo, o por qué yo parecía ser la única persona del trabajo a la cual martirizaba.

Cᴀᴇᴄɪʟʟᴜs Dɪᴀʙᴏʟᴜs || CʜᴀɴSᴏᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora