Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ V

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En Tejas hay un plazo de espera obligatorio de sesenta días después de presentar una demanda de divorcio. En algún momento la legislatura estatal había decidido que un período de reflexión les iría muy bien a una pareja en apuros. Yo habría preferido que dejaran en mis manos el decidir si necesitaba reflexionar o no. Una vez tomada la decisión, quería liquidar el asunto lo más deprisa posible.

Por otra parte, saqué bastante provecho de aquellos dos meses. Me curé en apariencia, los moretones desaparecieron, y empecé a visitar a una terapeuta dos veces a la semana. Como nunca había recurrido a los servicios de una terapeuta anteriormente, me imaginaba que tendría que tumbarme en un diván y hablar mientras alguna profesional impersonal con bata blanca iba tomando notas.

En lugar de eso fui recibido en un estudio pequeño y acogedor con un sofá tapizado en tela asargada estampada de flores amarillas, por una terapeuta que no parecía mucho mayor que yo.

Irene Bae, que así se llamaba, tenía el pelo largo oscuro y los ojos cafés y era de lo más sociable.

Poder desahogarme ante ella supuso un alivio indescriptible para mí. Irene era inteligente y comprensiva, y mientras yo le describía lo que había sentido y las experiencias por las que había pasado, parecía como si tuviese el poder de desentrañar todos los misterios del universo.

Irene me dijo que el comportamiento de Brian encajaba con el patrón de alguien con un trastorno de personalidad narcisista, lo que era habitual en los maridos maltratadores. Cuando me habló del trastorno, sentí como si estuviera describiendo mi vida tal como había sido el año pasado. Las personas con TPN eran dominantes, le echaban la culpa de todo a los demás, sólo pensaban en sí mismas, solían mostrarse intolerantes con las necesidades del otro... y utilizaban la rabia como una táctica de control. Nunca respetaban los límites del otro, lo que significaba que se creían con derecho a criticar y maltratar continuamente a sus víctimas hasta que éstas acababan completamente deshechas.

Tener un trastorno de personalidad no era lo mismo que estar loco, como me explicó Irene, porque a diferencia de una persona que está loca, un narcisista podía controlar dónde y cuándo perdía los estribos. Nunca le pegaría a su jefe en el trabajo, por ejemplo, porque eso iría contra sus propios intereses. Se limitaría a volver a casa y pegar a su pareja y darle unas cuantas patadas al perro. Y nunca se sentiría culpable por ello, porque lo justificaría e inventaría excusas para sí mismo. El único dolor que tenía algún significado para él era el suyo propio.

— ¿Me estás diciendo que lo que le pasa a Brian no es que esté loco, sino que es un sociópata? —le pregunté a Irene.

—Bueno..., básicamente sí. Hay que tener presente que la mayoría de los sociópatas no son unos asesinos, sino que simplemente carecen de empatía y son enormemente manipuladores.

—¿Podría curarse?

Ella sacudió la cabeza.

—Ignoro la clase de malos tratos o falta de atención que han hecho que acabara volviéndose así. Pero eso no modifica el hecho de que ahora Brian es el que es. Los narcisistas siempre se muestran extremadamente resistentes a la terapia. Debido a su sentimiento de grandeza, ni siquiera ven que haya ninguna necesidad de cambiar. —Irene había sonreído sobriamente, como si acabara de venirle a la memoria un recuerdo muy desagradable—. Créeme, ningún terapeuta quiere ver en su consulta a un narcisista. Lo único que sacas es frustración y una pérdida de tiempo.

— ¿Y qué hay de mí? —me atreví a preguntar—. ¿Puedo curarme? —Entonces me escocieron los ojos y tuve que sonarme, así que Irene repitió su respuesta.

—Por supuesto que sí, KyungSoo. Trabajaremos en ello. Lo conseguiremos.

Al principio temí que iba a tener que aplicarme en perdonar a Brian. Mi alivio fue indescriptible cuando Irene dijo que no, que no había ninguna necesidad de que permaneciera atrapado en el ciclo del maltrato y el perdón. Las víctimas de maltrato y en especial los omegas solían verse obligados a soportar la carga añadida de lo que se denominaba la responsabilidad de perdonar, e incluso rehabilitar, a sus atormentadores.

Cᴀᴇᴄɪʟʟᴜs Dɪᴀʙᴏʟᴜs || CʜᴀɴSᴏᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora