2.Salomé

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Observar.

Esa se convirtió en mi actividad favorita.

Ver a las personas ir y venir por los pasillos, las enfermeras caminando apresuradas de un lado al otro intentando estar al tanto de todos los que nos encontrábamos aquí. Ellas también nos observaban, intentan estar pendientes de todos nuestros movimientos y puedo asegurar que también intentan estar al tanto  de nuestros pensamientos y nuestras emociones... 

Los casi seis meses que estoy en este lugar me enseñaron eso. Nada o casi nada se puede mantener en secreto... 

No hay ni una sola cosa que se les escape, es como si todo el personal estuviera un paso adelante de nosotros, si queremos ir al jardín una de ellas ya está allá afuera esperándonos, si decidimos saltarnos una comida aparece alguien para evitarlo, si quieres estar sola, hay dos enfermeras esperándote para que eso no pase. Controlan todo lo que hacemos... Casi siempre.

Las personas entran y salen de la sala, como todos los jueves de visita.

Durante las primeras semanas este día para mí pasaba como cualquier otro, hasta que el tercer jueves me llamaron a la sala y vi sentado en la mesa del fondo a mi padre.

Padre o lo más parecido que tengo a uno, ya que en realidad es mi padrastro. Correcto y estricto, son dos palabras que usaría para describirlo, además claro de elegante porque no recuerdo un solo día que no lo viera con su traje que entallaba de manera perfecta en su esbelto cuerpo. Perfecto, eso es lo que puedo decir de él, pero no siempre lo estúpidamente perfecto es bueno...

Y  dejando de lado su imponente presencia, lo más interesante de todo, durante estos seis meses fue el hecho de que él viniera a visitarme y no así mi madre, a la que no vi ni una sola vez la vi cruzar esa puerta, ni una, al parecer ella cree que con mandarme dulces, flores o libros cumple perfectamente con el rol que desempeño de la misma manera durante toda mi vida... Pero él no, él si esta aquí, él si parece interesarse por lo menos un poco en mi.

Camino por entre las mesas y lo veo sentado revisando su teléfono igual que las otras veces que vino, al acercarme levanta la cabeza y con un gesto señala la silla frente a él para que me siente.

— Tu madre lamenta no poder acompañarnos hoy —es lo primero que dice, como si de verdad necesitara excusarla.

— Supongo que igual que lamento no estarlo los últimos cinco meses ¿No?

— Salomé...

— Si, está bien igual tampoco esperaba verla hoy.

Sus oscuros ojos me observan durante unos segundos antes de hablar de nuevo.

— Debes estar emocionada, en unos días más podrás salir. —intenta cambiar el rumbo de la conversación.

— Si es que no se les ocurre otra excusa para retenerme otros dos meses más. —inconscientemente hago girar la pulsera en mi muñeca.

— Sabes porque lo hicieron...

Si, lo sé, claro que lo sé.

Suspiro con fuerza y me concentro en tratar de no pensar en ello.

Miro a David e intento bajar un poco mi nivel de hostilidad, al final él es una de las pocas personas que en realidad se preocupan en algo por mí y siempre fue así, desde que se casó con mi madre cuando tenía siete años, él fue quien se encargó de nosotros, de nuestros estudios, de que saliéramos adelante o al menos lo intento... Y a pesar de todo ahora esta aquí.

Algo incómodo se pone de pie y con una mirada me indica la puerta que da al jardín.

— Hay mucho ruido aquí ¿Te parece bien si caminamos?

Una Vez MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora