Capítulo 8

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"Cuba – Parte II"

Charlotte Harrison

Los estragos de la noche vuelven a mi cabeza, me encuentro acostada boca abajo, desnuda y envuelta en las sabanas de una habitación que sé perfectamente no es la mía. No estaba ebria ni nada cuando decidí follar con Farid Leister, mis cinco sentidos estaban activados.

Abro los ojos, encontrándome con la perfecta imagen de semejante hombre en la cama. La piel perlada, y sus facciones bruscas son lo que lo definen. El pelo exageradamente negro me agrada, por el simple hecho que ni siquiera hace contraste con sus ojos color azul cielo.

Está igual que yo: desnudo y envuelto en sabanas de la cintura para abajo. Recorro con mis ojos la piel descubierta, detallando ahora si el tatuaje que apenas si vi en la madrugada cuando follamos una vez más. El cansancio nos detuvo a pesar de querer más.

En su hombro descansa la cabecilla de una majestuosa águila, acompañada de una serpiente coralillo la cual rodea todo su brazo hasta el inicio de la muñeca.

Me sobresalto al momento en el que se mueve. Cuando deja de hacerlo, me levanto de la cama con total cautela sin importarme que me quede completamente desnuda. Después, busco la ropa que llevaba puesta la noche anterior, así como también busco las sandalias que no supe ni donde quedaron. Para cuando me cambio, salgo a hurtadillas de la habitación. Me acomodo el pelo desaliñado, me pongo las sandalias de tacón un tanto alto y camino con paso decidido hacia afuera del edificio, ignorando a la gente que me mira con sorpresa.

Ni si quiera sé qué hora es, ayer no llevaba ni bolso, ni siquiera me llevé el móvil por la mala recepción al no tener un numero local. Así que camino hasta donde mis pies aguantan con los tacones, quintándomelos a medio camino.

Para cuando llego al edificio donde nos hospedamos, han pasado más de veinte minutos. Ingreso al lugar donde el aroma al desayuno me impregna las fosas nasales. Trato pasar desapercibida cuando cruzo por el pasillo donde se encuentra el comedor, pero fallo en el intento al encontrarme con Izan y Mercedes.

—¡Buenos días conejita! —exclama Izan en el cuarto del comedor.

Me detengo a medio caminar, con las sandalias en la mano. Vuelvo la mirada a ambos que me miran con cara divertida y con una sonrisa que no disimulan de oreja a oreja.

—Por lo que veo la pasaste bien eh —dice Izan —, andas toda despeinada y desaliñada. Te dieron una buena zarandeada —se burla.

Mercedes le da un manotazo en el hombro.

—Déjala, a eso se viene acá, a divertirse —interviene Mercedes —. Pasa, ven a desayunar —me invita amablemente.

Sigo sin decir nada, adentrándome al comedor. Miro mi atuendo arrugado, sin sandalias, y cuando me miro en el reflejo de una ventana veo mi cabello hecho nudos por todos lados. Doy pena.

—¿Puedo entrar al baño? —le pregunto a Mercedes.

—Claro, está aquí en frente.

Salgo descalza, no hay ni un alma, y cuando miro un reloj en el pasillo me doy cuenta que es domingo, y que son las siete de la mañana. Me adentro al baño, tomo del enjuague vocal, lavo mi cara y me ato el cabello en una coleta alta. Medio arreglo mi atuendo, y salgo de nuevo en dirección al comedor.

Tomo asiento sin importarme como me encuentre vestida. No hay nadie, más que nosotros tres. Mercedes ya ha servido el desayuno, así que nos disponemos a comer los tres. Izan no deja de mirarme, y cada que lo hace me sonríe.

—Ya, suéltalo Izan —le digo tajante.

—¿Enserio? ¿El abogado? —cuestiona riéndose —. Es un puto conejita.

PERVERSOS 2° ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora