Atardecía en Iquique. Y todo el sector circundante a la escuela y al baldío de la Plaza Montt, presentaba un populoso aspecto de feria de diversiones. Además de la enorme cantidad de huelguistas allí reunidos, y de la cada vez más numerosa gama de vendedores ofreciendo su mercadería, había comenzado a emerger toda una fauna de gente extraña; personajes que iban desde simples curiosos de manos en los bolsillos, hasta los infaltables suerteros de las ruletas, pasando por charlatanes vendedores de ungüentos, ladrones de bolsas, tragafuegos, lisiados de guerra, predicadores locos y mendrugueros recitadores de jaculatorias.
Y es que como resultado de la toma de la Plaza Prat por parte de la tropa desembarcada del crucero «Esmeralda» no se habían organizado ni llevado a cabo grandes mítines, los pampinos pasábamos todo el día conversando sobre cuestiones de la pampa, o releyendo los diarios del día una y otra vez, hasta el último avisito comercial. Todos esperábamos impacientes los resultados de los acuerdos que se tomaran con respecto al conflicto entre las autoridades, los señores salitreros y los integrantes de nuestro Comité Central. La exaltación y el alborozo de los primeros días había ido decayendo notablemente hasta trocarse en una calma tensa y angustiante. La nuestra era una espera que nadie sabía bien en qué demonios iba a terminar. Pero así y todo —salvo unos pocos ebrios que circulaban con cara de idiotas entre el gentío, y que nadie entendía en donde diantres se emborrachaban— nuestra actitud seguía siendo en general calmada y respetuosa.
La tranquilidad del conflicto sólo era rota por el arribo de algún buque de guerra trayendo más contingente militar al puerto, o cuando en lo alto de los cerros aparecía un tren de huelguistas o una entierrada caravana marchando a pie desde sus oficinas, como la que acababa de entrar ahora mismo a la ciudad, proveniente de La Palma. Entonces, por las calles atestadas de gente, los miles de huelguistas ya arranchados en el puerto les hacíamos un corredor humano hasta las puertas mismas de la Escuela Santa María, aplaudiéndolos y palmoteándolos durante todo el trayecto, tal y. como se le acababa de hacer a los obreros palminos. Bienvenida que era coronada por el recibimiento del grueso de la gente que, en las puertas de
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la escuela, con pañuelos y sombreros en alto, los aclamaban y vitoreaban como a verdaderos héroes de guerra.
Luego de que una Comisión de Recibimiento terminara de acomodar a los huelguistas de La Palma en los recintos de la escuela, Olegario Santana y sus amigos entablan conversación con algunos de los operarios en el patio principal. Domingo Domínguez ha hallado entre ellos a un tiznado conocido suyo, al que apodan el Patas con Brotes, y entre cigarrillos y tallas relativas a la facha de empampados con que han llegado a la ciudad, los amigos aprovechan de darles a conocer varios datos domésticos y de utilidad personal. Como en cual de todos los puestos de la calle se vende el mejor pan amasado, o dónde ir a hacerse un buen retrato para llevarse a la pampa como recuerdo de la estadía en el puerto. Que en la sombrerería El Globo, de por aquí a la vuelta nomás, paisanos, cuesta mucho más barato el arreglo de los sombreros, sobre todo los colizas y los de Panamá. Y que en la Peluquería Francesa, de la calle Uribe, se hacen los cortes de pelo de última moda, y que al terminar el trabajo lo rocían a uno con finas aguas de tocador dejándolo más fragantoso que un clavel; además el maestro, don Antonio Duhamel, dueño del local, tiene la delicadeza de desinfectar las herramientas después de cada uso sumergiéndolas en agua hirviendo ¿Qué les parece, ganchitos? Pero principalmente los amigos ponen al tanto a los recién llegados sobre algunos detalles de comportamiento que es bueno que vayan sabiendo desde ya para una mejor convivencia dentro de la escuela, haciendo hincapié sobre todo en el grave problema de las casetas sanitarias, indicándoles dónde y cuáles son los sitios eriazos ideales, aparte de la playa, para evacuar el vientre. Esto para que los amigazos de Puelma no vayan a hacer lo que hacen algunos metecos cerrados de sesera, que no tienen ningún escrúpulo en bajarse los pantalones en la calle, a cualquier hora del día o de la noche, y por culpa de los cuales el Comité Central ha recibido una chorrera de reclamos de los vecinos adyacentes a la escuela. Y cuando en el cielo ya está anocheciendo, y Domingo Domínguez, apartado del grupo, está dateando para callado a su amigo Patas con Brotes sobre el prostíbulo de Yolanda, se aparece Juan de Dios diciendo que dónde miéchica se habían metido toda la tarde los caballeros, que su madre hace rato los está esperando.
—Les tiene mate y pan amasado calientito —les dice el niño, pasándose deleitosamente la lengua por los labios.
Como los amigos, por el asunto del reclamo de las fichas, se han pasado por alto el almuerzo, no se hacen de rogar un tris para aceptar la invitación. Al llegar a la sala repleta de gente descansado y comentando los últimos sucesos del día, encuentran a Gregoria Becerra mateando en compañía del matrimonio de la oficina Centro. La pareja se muestra ahora un poco más locuaz y sonriente. Su hija Pastoriza del Carmen ha demostrado una leve mejoría en su salud. Gregoria Becerra, además de mate y pan recién amasado, les tiene a los amigos una gran lonja de charqui y algunas cajetillas de Africana, cigarrillos que, hace sólo unos
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