La mañana del sábado 21 amaneció particularmente luminosa. De los sectores altos de Iquique, desde donde se podía divisar el mar en todo su ancho, éste aparecía de un esplendor inusitado, majestuoso y azul como pocas veces se había visto. Y, por la raya completamente limpia del horizonte, como trazada a compás, se columbraba que el día venía incandescente y caluroso como el diantre.
Desde antes que clareara el alba, los huelguistas pampinos que en los últimos días, por no haber hallado cabida en ningún albergue, pernoctaban y dormían en las calles de la ciudad, habían notado un incesante tráfico de coches de alquiler trasladando gente hacia el muelle de pasajeros. En su mayoría se trataba de personajes extranjeros y vecinos ricachones —los últimos que faltaban — que, abandonando sus lujosas residencias, huían con sus familias a ponerse a salvo en los buques mercantes fondeados en la bahía. Después supimos que estos buques cobraban hasta una libra esterlina diaria por cabeza.
Después, poco antes de la salida del sol, fuimos sorprendidos todos por el ruido marcial de las tropas que recorrían las calles con sus armas y arreos de campaña dando órdenes a gritos, deshaciendo los grupos de personas y obligando a cerrar todos los negocios abiertos a esas horas de la mañana. Y cuando cada uno de nosotros se estaba preguntando por qué tanta escandalera y demostración de fuerza por parte de los soldados, aparecieron los diarios de la mañana y vimos con asombro que venían precedidos por el anuncio, titulado en gruesos caracteres, de la declaración de estado de sitio. El decreto, sin ningún considerando, foliado con el número 661, fechado en Iquique el 20 de diciembre de 1907, publicado por bando y firmado por el Intendente Carlos Eastman y su secretario Julio Guzmán García, acordaba y decretaba lo siguiente:
1.- Queda prohibido desde hoy traficar por las calles y caminos de la provincia en grupos de más de seis personas a toda hora del día o de la noche.
2.- Queda prohibido, en la misma forma, traficar por las calles de la ciudad después de las ocho de la noche, a toda persona que no lleve permiso escrito de la Intendencia.
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3.- Queda también prohibido el estacionamiento o reunión en grupos de más de seis personas.
4.- La gente venida de la pampa y que no tiene domicilio en esta ciudad se concentrará en la escuela Santa María y plaza Manuel Montt.
5.- Queda prohibida absolutamente la venta de bebidas capaces de embriagar.
6.- La fuerza pública queda encargada de dar estricto cumplimiento al presente decreto.
Lo que se perseguía con la ley marcial, lo vimos claramente entonces, era impedir la llegada de más huelguistas pampinos a Iquique y rejuntarnos a todos en las dependencias de la Escuela Santa María para, de esa manera, facilitar las medidas que se tomarían luego con nosotros. Además de ser editado en la primera página de los diarios de la mañana, el decreto, publicado por bando, fue leído públicamente y luego fijado junto a los edictos públicos. Al mismo tiempo se establecía la censura telegráfica y cablegráfica y se notificaba a las imprentas un decreto que prohibía la impresión y venta de todo diario u hoja impresa, y que las infracciones serían severamente reprimidas (aunque en verdad lacensura nunca corrió para todos, porque después nos enteramos de que los gringos usaron el telégrafo cuántas veces quisieron y mandaron los cables que se les vino en gana durante todo el tiempo que duró la ley marcial). Mientras tanto, entre la ciudadanía comenzaban a circular dudosas listas de adhesión a las autoridades y de rechazo a la presencia de los huelguistas, y desde los despachos de la Intendencia se había organizado de tal manera el espionaje y el soplonaje dentro de la ciudad, que ese mismo día muchos vecinos comenzaron a ser citados e increpados duramente por haber emitido, en sus conversaciones privadas, opiniones contrarias al gobierno absoluto implantado en la provincia.
Hasta ese momento, nuestra última propuesta de arreglo consistía en que nos volvíamos todos a la pampa a reanudar nuestras labores y dejábamos en el puerto a una comisión negociadora, con la sola condición de que los industriales nos aumentaran en un sesenta por ciento el sueldo durante el mes que se calculaba durarían las negociaciones. Todos pensábamos que era lo más justo y equitativo, y que con eso se solucionaría de inmediato el conflicto. Pero en mitad de la mañana nos enteramos de una junta llevada a cabo entre el Intendente y los patrones, en donde éstos habían desechado tajantemente nuestra propuesta. Del mismo modo como habían desdeñado el ofrecimiento del Gobierno de Chile de compensarles hasta el cincuenta por ciento del aumento pedido por nosotros. La proposición presidencial fue recibida con frialdad por parte de los salitreros, argumentando con soberbia que el problema no era de dinero sino de respeto. Que ellos no podían resolver nada bajo la presión de la masa porque significaría una imposición manifiesta de los huelguistas, y eso les anularía el respeto de patrones y les haría perder para siempre su prestigio moral (nosotros no entendíamos de qué prestigio moral hablaban esos carajos). Y volvieron a insistir
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