Mateo

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La dueña de su corazón amaneció en sus brazos esa mañana, la noche estuvo cargada de emociones y adrenalina, entre ellos hubo una conexión diferente y pensaba cuidar eso tan mágico que sintió cada vez que besaba sus labios, que la abrazaba, que recorría su piel, que la sentía entregarse en cuerpo y alma con esa intensidad, al recordar lo ocurrido, de sus ojos brotaban lágrimas de emoción, de felicidad y de amor, con cuidado, salió de la cama sin que ella lo sintiera, le llevaría el desayuno en una bandejita y así la mimaría un rato más, ya que la luz del sol todavía no se asomaba para darles los buenos días.

Mientras preparaba el desayuno, se le ocurrió una idea fantástica que perfeccionaría durante el día para sorprenderla en la noche, terminó de servir lo que había preparado y se dirigió al cuarto, Regina aún dormía, eso era extraño, dejó la bandejita en la mesita de noche y se dispuso a despertarla con besos.

“mmm”, murmuró en forma de protesta.

“buenos días mi reina hermosa”, le dio un beso largo en la frente.

“¿ya amaneció?”, cuestionó, quería dormir más.

“todavía, pero te traje el desayuno a la cama”, la vio abrir los ojos de par en par, de haberlo sabido, por ahí hubiese comenzado.

“¿que hiciste qué?”, se sentó de pronto, asombrada por lo que acababa de escuchar.

“te traje el desayuno a la cama”, repitió, esta vez, pegado a sus labios sin rozarlos, susurrando sus palabras, sus ojos se cristalizaron, “¿ocurre algo?”, negó con la cabeza, pero su llanto silencioso le dio otra respuesta, “amor, puedes hablar conmigo”, le secó las mejillas con los pulgares, “somos una sola persona, anoche me lo dejaste claro”, le dio confianza para que abriera su corazón.

“nadie…”, suspiró y se dejó llevar por esa intimidad que él le brindaba, “nadie me había traído el desayuno a la cama”, cerró los ojos para sacar lo que tanto le angustiaba, sentía vergüenza por eso.

“pues esta será tu primera vez”, buscó la bandeja y la colocó en la cama.

“parece que estás destinado a ser mi única primera vez en todo”, desde que tenía memoria, él aparecía en todos sus recuerdos haciéndola experimentar algo nuevo.

“porque yo, mi hermosa reina, nací para amarte”, confesión que borró toda su tristeza, se besaron tierna y suavemente para comenzar el día.

Al terminar con el desayuno, se vistieron, salieron del departamento, recogieron a los niños para llevarlos al colegio, por último, David llevó a Regina a la alcaldía, sería su primer día.

“bienvenida, su majestad”, los enanos la esperaban frente a la puerta de su oficina a su llegada.

“¿qué hacen aquí?”, los vio nerviosos, como si hubieran estado planeando algo antes de que asomara la cabeza, ninguno respondió, se apartaron de la puerta, le hicieron una reverencia y tanto ella como David pudieron leer en el cartel que allí estaba escrito la frase, ‘Regina Mills, La Reina’, sintió un pequeño apretón de mano para sacarla de su asombro, “no… sé… qué decirles”, se debatió en demostrarles o no, su inseguridad.

“somos nosotros quienes diremos”, seguían inclinados ante ella.

“levántense, por favor”, era la reina, sí, pero los trataría a todos sin diferencia de ningún tipo.

“estamos a su disposición”, se apartó del lado del príncipe y fue hasta ellos para extenderles la mano, un cordial saludo sería su aceptación de esa lealtad incondicional que les habían mostrado hacía varios días ya, “¿qué debemos hacer, su majestad?”, le cuestionaron.

Jamás te olvidaréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora