CAPITULO 9: Visitante.

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Ese día, cuando Valerie bajó las escaleras, encontró una nota en el refrigerador de parte de Sam. En ella anotaba su numero de teléfono en caso de emergencias y avisaba que estaría en el trabajo; también comentaba que habían un par de sobras del restaurante. Val sonrió y dejó la nota sobre la isla. 

Como no tenia hambre aún, pensó en dar una vuelta por la reserva. Se disponía a salir de la casa cuando divisó una figura familiar acercándose a la casita. 

—¡Hola, vecina! —saludó Rachel, caminando hacia ella con un par de bolsas que parecían pesadas

 —¿Qué haces aquí? —preguntó Valerie, al tiempo que se inclinaba para ayudarla.Hasta ese momento, nunca había coincidido con Rachel en la reserva, y al verla fuera del restaurante se sintió un poco desconcertada.

—He venido a verte. Y también te traje un par de regalos. 

—¿Como?—preguntó Val confundida. 

Rachel la tomó del brazo y la guió dentro de la casa. 

—No quiero reproches. Ahora vamos. Me estoy congelando. ¿No me digas que pensabas salir con este frío?

—Pues no tenia otra cosa que hacer. 

—Ahora la tienes. Ten—le dijo, dándole las bolsas y haciendo que trastabillara hacia atrás—. Son mas o menos tu talle. Anda, pruébatelos. No te quedes ahí parada.

—¿Estas segura?

Rachel sonrió. 

 —Vivo en un tugurio al final de un sendero de gravilla en medio de la nada y me he pasado toda la mañana trabajando en el restaurante. ¿Que mas tengo que me pueda alegrar el día?

Val vaciló pero se metió en el baño de la planta baja para vestirse. 

—¡Anda! —exclamó—¡Esos vaqueros te quedan espectacular!. 

Val rió. 

—Gracias...—dijo de repente apenada—Son muy cómodos y bonitos. Aunque no te hubieses molestado. 

Rachel negó con la cabeza y sacudió su mano antes de sentarse en el sofá.

—¡No es molestia!. Al menos, no para mi. Es una actividad anti estress. Y como sabia que necesitabas un par de prendas en tu guardarropas, me vino como anillo al dedo. —bromeo antes de ponerse seria— pero también fue una excusa para poder verte y traerte un par de noticias. 

Val frunció el ceño y preguntó:

—¿Que noticias?

Rachel torció el gesto y señaló el sofá para que ella se siente a su lado. 

—La verdad es que no planeaba decírtelo, al menos no por ahora. Pero creo que tienes derecho a saberlo ya que te corresponde. 

—¿Decirme que?— Valerie no estaba segura de querer saber, pero una curiosidad extraña, tal vez, la incitó la preguntar. 

Rachel suspiró y dijo:

—Un hombre alto y rubio se pasó por el restaurante hoy. Preguntó por ti a cada persona del lugar. Parecía fuera de si. Solo fueron unos minutos y se fue. Pero nos perturbó a todos con su presencia. Supongo que ese era Ryan. 

Val notó una enorme tensión en los hombros y se miró las manos. Al percibir su malestar, Rachel continuó: —Escucha, no vine aquí a preocuparte ni nada por el estilo. El no se aparecerá por aquí. Tu tranquila, ¿si?. Estas a salvo en este lugar. 

Valerie realmente quiso creerle sus palabras. Con todo su corazón. Pero conocía a Ryan mucho mas que cualquiera. Y sabia que este iría hasta el fin del mundo con tal de encontrarla. ¿Hasta cuando ese santuario seguro dejaría de ser uno?¿Cuanto tiempo le quedaba en ese lugar para tener que echarse a correr otra vez?. ¿Alguna vez lograría alejarse por siempre de Ryan?. Un montón de preguntas revoloteaban por su mente como una licuadora y fue casi imposible no deprimirse en el proceso. 

Una bandada de estorninos alzó el vuelo desde los árboles, moviéndose casi a un ritmo musical. Valerie se irguió de repente, nerviosa: 

—Iré a dar una vuelta. Puedes quedarte si quieres. 

—¿Que?. Espera. ¡Valerie!

Pero fue muy tarde. Valerie había cruzado el umbral hacia el exterior con tan solo un suéter y unos pantalones vaqueros. Sin embargo, no le importó. Necesitaba despejar su cabeza antes de sucumbir ante un ataque de pánico. 

 Llegó a la carretera principal justo cuando retumbaba el primer trueno. Empezó a caminar más deprisa, notando cómo el aire se volvía más pesado a su alrededor. Una camioneta la adelantó a gran velocidad, levantando una nube de polvo a su paso, y Val se apartó de la carretera y siguió caminando por el arcén sin asfaltar. El aire olía a sal transportada desde el océano. 

Valerie se dejó llevar por el ritmo decidido de sus pasos y empezó a darle vueltas a cosas del pasado. ¿Hace cuanto tiempo que no hacia algo que se le antojara normal? 

«Desde mi infancia», admitió para sí. 

¿Y qué, si no había tenido una infancia dorada? Sí, sus padres eran alcohólicos y a menudo se quedaban sin trabajo, pero jamás le habían hecho daño. No, no le regalaron un coche cuando cumplió dieciocho años ni nunca le organizaron ninguna fiesta de cumpleaños, aunque  jamás pasó hambre, y por más que pasaran apuros económicos, siempre le compraban ropa nueva para el cole. Probablemente su padre no había sido ejemplar, pero jamás se había colado en su habitación por la noche para hacerle nada indecoroso, un problema que sabía que sufrían algunas de sus amigas. 

A los dieciocho años no se sentía traumatizada. Quizás un poco defraudada por no poder ir a la universidad, y también nerviosa por tener que enfrentarse al mundo sola, pero por suerte nadie le había hecho tanto daño como para pensar que le habían destrozado la vida. No lo había pasado tan mal. Hasta que se casó con Ryan. 

 Se dijo a sí misma que su infancia no la había marcado en ninguna de sus decisiones a futuro.

Al girar la esquina de camino a la playa, vio un coche aparcado que, sin saber por qué, le pareció fuera de lugar. Se detuvo en seco.

Incluso ahora no estaba segura de cómo se había dado cuenta, a no ser por el hecho de que la carrocería era lo bastante brillante como para reflejar la temprana luz matinal. Mientras escrutaba el coche sin pestañear, divisó cierto movimiento en el asiento del conductor. El motor estaba parado y le pareció raro que alguien fuera capaz de permanecer sentado en un coche sin calefacción en una mañana tan fría. Sabía que solo actuaban de ese modo los que estaban esperando a alguien.

O siguiendo a alguien. 

 Ryan. 

 Supo que era él, lo supo con una certeza que la sorprendió, e instintivamente retrocedió y se escondió tras la esquina, rezando para que él no la hubiera visto a través del espejo retrovisor.Empezó a desandar con paso acelerado el trayecto que acababa de realizar. Tan pronto como el coche quedó fuera del alcance de su vista, emprendió la carrera hacia la casa de Sam, con el corazón desbocado. Hacía años que no corría tan deprisa, pero de tanto caminar durante las últimas semanas se le habían endurecido las piernas y pudo correr sin dificultad. Una manzana. Dos. Tres. Miraba todo el rato por encima del hombro, mas Ryan no la seguía.

No importaba. Él sabía que ella estaba allí. Sabía dónde se escondía. Al cabo de unas horas, descubriría dónde se alojaba.

Entonces, detrás de ella apareció un brazo que la arrastró a la oscuridad repentina del bosque. 








IMPRIMACION ☾ SAM ULEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora