[26. Hogar]

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Loki guiaba a su esposa por las afueras de Asgard, sosteniendo sus manos para que así ella andara por el camino correcto, sin resbalarse o tropezar en el intento, de esa forma consiguieron llegar hasta la nave que el dios guardaba siempre en el mi...

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Loki guiaba a su esposa por las afueras de Asgard, sosteniendo sus manos para que así ella andara por el camino correcto, sin resbalarse o tropezar en el intento, de esa forma consiguieron llegar hasta la nave que el dios guardaba siempre en el mismo lugar.

—Entra con cuidado, linda.

—Loki, basta de juegos, dime a dónde me llevas.

—Deja de estar tan nerviosa todo el tiempo, sólo déjate llevar.

—Pero...

—¿Acaso no confías en mí?

—Por supuesto que lo hago, es sólo que... —inhaló hondo— Me da miedo.

El besó su mejilla, ayudándola a subir a la nave.

—No ocurrirá nada malo, te lo prometo.

—Está bien, de acuerdo.

Loki tenía razón, debía soltarse un poco.

Si en verdad quería dejar sus tormentas atrás, debía volver a abrirse.

Y qué mejor forma que hacerlo que dejándose guiar hacia quién sabe dónde.

Finalmente los dos estuvieron dentro de la nave, por lo cual el dios se apresuró a encenderla para dirigirse al destino que tenía planeado, mientras ella se encontraba sentada, tocando con sus manos todo lo que podía, en un intento de reconocer dónde estaba.

Incluso, intentó destaparse un ojo para poder observar, pero fue detenida por Loki, quien le palmeó la mano.

—Sin trampas, damita.

—Ay, qué aburrido eres. —bufó.

El hombre rio, rodando los ojos con gracia.

—Deberías descansar un poco, será un viaje largo.

La castaña tomó su brazo, jaloneándolo hacia ella, de esa forma pudo acomodar su cabeza en su pecho, para poder dormir, el pelinegro sonrió, plantando un beso en su pelo.

Y no hubo paz más grande que esa.

...

Unas horas después.

—Oye, preciosa... —la zarandeó levemente— Despierta, ya llegamos.

Ella abrió los ojos, sin notar mucha diferencia al hacerlo, ya que continuaba sin poder ver a su alrededor, pronto estiró su cuerpo, siendo levantanda del suelo por su esposo, quien ayudó a sacudir sus prendas y también a que saliera de la nave.

—¿Ya puedo quitarme esta cosa?

—Aún no, espera un poco más...

Tomó su mano, adentrándola a una pequeña cueva vacía.

—¿Ahora?

—Aún no... —acarició su mejilla, para después musitar las siguientes palabras que serían el inicio de una sensación nerviosa en su pecho— Cantares.

Esa palabra, reconocía esa palabra.

Instantáneamente, fueron transportados al lugar al que el pelinegro deseaba llegar, a la mujer se le había cortado la respiración repentinamente, se mantuvo estática en su lugar, encajando las piezas de la sorpresa del dios del engaño.

El viaje tan largo.

La palabra.

Ese olor tan cálido y peculiar.

¿Era posible que estuviera en aquel mágico lugar donde los momentos más tranquilos de su relación se dieron?

Él poso sus manos en sus hombros, respirando profundo.

—Ya puedes quitarte la venda.

Atendió a su petición con lentitud, safando la venda de sus ojos, dejándola caer al suelo, inmediatamente sus pensamientos se hicieron realidad al ver frente a ella el hermoso jardín que tanto se había esmerado en cuidar, las flores continuaban coloridas e hidratadas, el césped estaba corto, aquel lago con cascada en el que se sumergió tantas veces encontrando la paz, conservaba su hermoso brillo todavía.

Lentamente se giró, notando a unos pasos de ella aquella cabaña, en la que rio, folló, celebró, bailó, cocinó, durmió, sintió y disfrutó la paz, esa cabaña que había sido su hogar.

—No puedo creerlo...

Caminó hacia la cabaña, siendo seguida por el ojiazul, subió las escaleras lentamente, pasando sus manos por todo lo que podía, familiarizándose con lo que alguna vez cuidó y amó con toda el alma. Se acercó a la puerta, girando el picaporte con calma, en seguida sus fosas nasales sintieron el cálido olor de madera, observó a su alrededor, viendo todo en perfecto orden, las fotografías, los adornos, la cocina estaba reluciente, al igual que la habitación.

La última vez que estuvo ahí, todo había quedado hecho un caos, por su batalla con Mephisto.

¿Entonces cómo es que estaba todo tan bellamente organizado?

Miró a su esposo, quien mantenía las manos entrelazadas y una mirada mezclada entre los nervios y la alegría.

—¿Volviste a poner todo en su lugar?

—Bueno, no lo hice solo... —se rascó la nuca, para luego señalar a su frente— Tuve un poco de ayuda.

Volteó la cabeza al lugar que señalaba, viendo frente a ella a una mujer de edad avanzada, con su cabello castaño tornándose blanco, sus ojos color miel levemente cristalizados y una dulce sonrisa en sus labios.

Sus ojos avellana también se cristalizaron y de su boca salió un jadeo de asombro.

—Hola, mi niña. —saludó la mujer con extremo cariño.

—Señora Aura...

Siempre volveremos [loki y tú - temporada final]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora