Cap.4

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-¿Papá?, ¡papá!,-
Nadia palmeaba el rostro de Horacio intentando llamar su atención ya que el mayor estaba absorto en sus pensamientos.
La pequeña de cabellos blanquecinos y ojos grises escuchaba la historia que le contaba su padre con mucho interés pero, al dejar de escucharle, se había incorporado un poco de su regazo y daba suaves palmadas en su cara incitándole a que siguiera con aquello.

Horacio repasaba la historia de su vida en forma de cuento, había obviado contar ciertas cosas claro, la joven de siete años no debía escuchar la versión para adultos que contenía su vida, ni tampoco contaba ciertos acontecimientos que se guardaba para él, pero lo que no sabía es que al ir recordándola, él mismo iva a pasarlo otra vez tan mal.

La muchacha que, esa tarde estaba revoltosa, quería que le contara un cuento, tenía una gran colección de libros infantiles pero ya los habían leído tantas veces que a la menor le aburrían y él le propuso inventarse uno nuevo.
Creyó que a la niña le entretendria y así era, pero al recordar los echos que habían acontecido en su pasado, quedó perdido mentalemente en ellos desviando su atención momentáneamente de la historia.

-Dime bebé, ¿que ocurre?,- preguntó a la dulce niña que lo miraba con un puchero.
-Quiero saber que pasa con el hombre malo que le decía cosas malas al chico del cuento y tú no quieres contarme más,- le reprochaba a su padre.
-Si mi niña, si quiero contarte mas lo que pasa es, que tengo que pensar bien todo porque no me acuerdo muy bien de como seguía,- le dijo acariciando su pelo liso y sentándola de nuevo sobre él.

Por supuesto que recordaba como seguía la historia, solo que tenía que ver como maquillaba los echos para que no sonara tan mal, la pequeña era muy aprensiva y debía tener cuidado, al fin y al cabo era consciente de que su vida había sido dificil y contársela a una niña tan pequeña no era cosa fácil.

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Amanecía en Los Santos y aquellos dos hombres permanecían abrazados durmiendo plácidamente después de la mágica noche que habían compartido. Los rayos del sol acariciaban sus rostros intentando despertarlos y devolverles a la realidad, y la realidad era, que ese iba a ser un duro día.

-Horacio despierta corazón,- susurraba Viktor acariciando el rostro del moreno mientras sonreía, verle apoyado en su pecho, con esa cara de tranquilidad, sus cabellos azules desperdigados por su frente y sus brazos rodeándole era la imagen más hermosa que había presenciado, definitivamente quería despertar así el resto de su vida.

-Jooo, no quiero ir a trabajar hoy Viktor..,- bufaba el menor abrazándose un poco mas a su pareja.
-Vamos, tenemos que ir, sabes que ahora no podemos faltar Horacio, sabes que tenemos que aguantar estos dias hasta que Greco regrese y podamos pedirle el traslado.- intentaba convencerle Volkov.

-¿Sabes lo que quiero?,- preguntó el de cresta incorporándose abruptamente de la cama y dando un salto fuera de esta sorprendiendo y asustando un poco al ruso que le miraba divertido.
-¿Tortitas para desayunar?, porque puedo preparártelas..-

-Bueno, eso también jeje, pero hablo en serio Viktor, ¿sabes qué me gustaría?, me gustaría poder tener mi propio restaurante, bueno mas bien, nuestro propio restaurante, juntos, que trabajemos mano a mano para sacarlo adelante y triunfemos, que haya colas interminables de personas esperando por degustar nuestros platos, hacer nuestra propia carta, y que nadie nos dirija la vida por fin, ni nos dé ordenes, ¿no sería increíble?,- relataba el chico con un brillo indescifrable en los ojos mientras gesticulaba ansiosamente con las manos y sonreía imaginando esa hermosa vida cumpliendo su sueño junto al mayor.

Volkov miraba con una sonrisa de oreja a oreja al chico frente a él mientras le contaba aquello e imaginaba como sería vivir ese sueño junto a él. Los dos, dueños de un restaurante, trabajando duro para conseguir su objetivo, disfrutando de su profesión, sin nadie quien les exija ni les grite, haciendo lo que aman...

Érase una vez...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora