Capítulo 6. The Kids From Yesterday

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Si tuviera un día, solo un día en el que saliera de mi apartamento a toda prisa y no olvidara nada, no estoy seguro de lo que haría, pero seguro sería más feliz de lo que soy ahora que me doy cuenta que olvide mi bloqueador solar justo en la mesa, y mis lentes de contacto en el baño.

Es demasiado tarde para volver. Ya estoy en la playa, donde prometí venir a ver a mi amigo.

Dylan reabrió las lecciones de surf hace poco más de dos semanas. Imparte de Lunes a Viernes, siendo el Martes su día libre, y los fines de semana sólo por las mañanas. No pude venir hasta ahora que es Domingo y el comienzo de las vacaciones de Semana Santa debido a mi nuevo trabajo, lo cual no es tan malo. No es como si él hubiera dicho que me necesitaba aquí, sé que estaría bien sin mi presencia, pero es lo menos que puedo hacer para que se sienta acompañado.

No había una hora fijada, siempre y cuando fuera durante las dos horas de la lección, pero me volví a quedar dormido y por eso llego a la playa una hora después de que el grupo ya había comenzado.

Me siento en la arena junto a lo que supone que son las pertenencias de Dylan, sin quitarme la sudadera negra porque no traje el protector solar nuevo que compré para la ocasión. Al ver que el cielo está completamente despejado esta mañana, estoy seguro de que me quemaría con el sol.

Ver a Dylan es más entretenido de lo que esperaba. Pensé que sería muy estricto, similar a mi padre cuando está enseñando, pero él no está ni cerca de eso. Está siendo él mismo como lo es cuando está conmigo, más relajado, incluso (lo cual me niego a reconocer que me hace sentir un poco de celos), con las comisuras de su boca levantadas y entrecerrando los ojos cada vez que un niño comete un error divertido. Es ruidoso. Exige que den lo mejor de ellos, pero lo hace de manera que los niños no se sienten abrumados, manteniéndolos a salvo desde una distancia apropiada y respetando su espacio personal, tratándolos como iguales en lugar de mimarlos, corrigiéndolos con paciencia y felicitándolos cuando hacen un buen trabajo, y sus rostros se iluminan cada vez que lo hace.

Hay un niño tímido que se le pega como una pulga, temeroso de caerse de la tabla de boogie al mar que apenas llega a la cintura del mayor, pero Dylan no se burla de él. Lo tranquiliza con confianza mientras le despeina el pelo. No puedo entender lo que le está diciendo, pero sospecho que es una breve charla de ánimo. Luego se pone al nivel del niño y mueve los brazos para mostrar cómo debería intentarlo y qué debería hacer si cae en el agua.

Llegar a ver este lado de Dylan es algo que nunca esperé. Me hace sentir nostálgico cuán inocentes y felices se ven los niños, libres de responsabilidades y emocionados por aprender. Yo nunca intenté surfear, pero todo esto me recuerda a cuando aprendí a andar en bicicleta, luego en patines, y finalmente, a los doce años, a usar una patineta. Era torpe, pero nunca me dí por vencido.

Hay una breve instancia en la que, después de casi media hora desde mi llegada, un niño me señala y le devuelvo el saludo, pero entonces todos siguen su mirada, y estaría mintiendo si dijera eso no me ha puesto nervioso.

Por fortuna, Dylan también se da vuelta, preguntándose a qué se debe la conmoción, y es así que nota mi presencia. 

Le dice algo a la niña más alta del grupo, luego sale del agua, acelerando sus pasos para correr hacia mi.

—Hey, —Me saluda con una mirada inquisitiva cuando se detiene frente mío—. Viniste.

Está sin aliento, su cabello mojado al pasar una mano en la cabeza para quitárselo de la cara, y su cuerpo cubierto por un traje de neopreno negro con gris y azul derramando gotas de agua salada en la arena sobre la que sus pies se acomodan.

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