Capítulo 20. Dilo

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No necesito moverme o decirle algo a Dylan para que despierte, siempre ha tenido el sueño ligero, por lo que lo hace en cuanto siente el auto detenerse.

—¿Hm...? —Se aparta de mí y talla sus ojos, bostezando—. ¿Ya llegamos?

—Ya casi. Estamos buscando el permiso.

—¡Aquí está! —anuncia el de cabello largo al sacar una hoja de papel doblada y arrugada de su bolsillo trasero, luego la pasa a Jenny para que ella se la entregue a un hombre en sus treinta, alto y musculoso, de uniforme kaki.

—¿Solo ustedes cinco? —pregunta el guardabosques después de inspeccionar el interior del auto desde afuera.

—Seis si te nos quieres unir. —Kai, recargado en el hombro de la rubia, le da una sonrisa atrevida al mayor.

—Recuerden: Nada de fuegos artificiales. No molesten a la fauna. No acampen fuera del límite. No naden mientras están ebrios ni viertan nada en el lago, orina incluida. No enciendan ningún fuego cerca de las plantas, hay un asador y un sitio para fogatas fuera de la casa. El papel va en la taza de baño, y cualquier otra basura siempre en los botes, es mejor que se la lleven si pueden.

Kai, algo molesto hacia el desconocido que lo ignoró por completo, pierde su expresión contenta y pregunta en voz monótona:

—¿Algo más?

—En vista de un puma, quédense dentro de la casa y llámenme. Hay un walkie y un teléfono fijo de emergencia en la sala en caso de que no tengan señal en sus celulares.

—¡¿Puma?! —exclamo ante la mención del gran felino

—¿Hay internet?

El hombre no responde la pregunta de Kai y le devuelve el papel a Jenny.

—Cuídense. Que se diviertan.

—¡Gracias! —se despide la rubia de él cuando se va, ondeando su mano fuera de la ventana.

—Amargado... —murmura Kai como un niño regañado y resume nuestro camino pasando la alta reja de metal.

—¿Bromeaba, cierto? ¿Respecto a los pumas?

—¿A ti no te gustaban las arañas y los monstruos? ¿Por qué te daría miedo un gatito grande? —me responde la rubia.

—Que me gusten no significa que no les tema y los respete... Además, un puma es real y tiene más probabilidades de matarte que un arácnido.

—Lo bueno que no mencionó a los osos.

—¡¿OSOS?!

Jenny calla al ojiverde con un manotazo en su brazo y este ríe maliciosamente.

—No le hagas caso, Tommy. Aquí no hay osos. Yo que tú me preocuparía más por los mapaches, los coyotes y los cuervos, siempre te roban todo lo que dejas solo —me tranquiliza Sofía a mi derecha.

—No te preocupes, mi Tomatito —dice Kai—. Pumas, osos, lobos, leones; yo te protegeré de lo que se interponga en nuestro camino.

—Todo menos un mosquito —ríe Jenny.

—Mierda, eso me recuerda, ¿alguien trajo repelente? ¿Dylan?

—También son parte de la fauna, no podemos matarlos —responde el castaño en cuestión.

—Ehh, no del todo. Ellos sí son considerados parásitos, y pueden transmitir muchas enfermedades —aclara Sofía.

—¿Y por qué me preguntas a mí? Sofi es la de los medicamentos y cremas.

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