Capítulo 24. Intruso

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Sábado 23

Uno de los logros de mi abuela desde que recibe terapia es que está perdiendo el miedo a manejar. Gracias a eso y la nueva camioneta de mejor rendimiento que el viejo Honda, nos hizo el favor de llevarnos a la ciudad de al lado y dejarnos en el aeropuerto.

Me despedí de ella con un fuerte abrazo que me costó terminar y la dejó riendo y revolviendo mi cabello, luego lo hizo Tommy. Mientras él me daba la espalda, ella me dió dos pulgares arriba y un guiño. No estoy seguro si era de "buen viaje", "éxito con el padre de Tommy" o "suerte sobreviviendo dos semanas en una casa con tres personas que no te quieren ahí", pero lo tomé por todas.

10:00 AM.

La espera ha terminado y estamos en el avión, nuestras maletas a salvo en los compartimientos de arriba, y el niño al frente de mi asiento no deja de hacer ruidos mascando su chicle. Si no fuera porque Tommy está hablando conmigo, ya lo habría pateado para que se callara.

—Parece que alguien tendrá un nuevo abuelo —canturrea Tommy mientras choca su hombro contra el mío y rompe una cáscara de maní.

—¿De qué hablas?

—Eres bobo, pero no tanto, Dee.

—Mi abuela y Don Fernando no son nada. Solo salen de vez en cuando y ya.

—Guau. ¿En serio no has aprendido nada de todo lo que pasamos?

—No son NADA. Son unos ancianos solitarios y ya.

—Unos ancianos enamorados que se darán unos ricos besos con sabor a pasas y pan de mantequilla.

Lo ignoro y miro por la ventanilla a mi derecha.

—Qué nostálgico —dice en un suspiro soñador—. Yo estaba igual la primera vez que vi a mis padres besarse.

—¡Ya deja de hablar de ellos y dame eso! Te los vas a acabar. —Arrebato la bolsa de cacahuates que dijo que no quería y compré para mí, de los cuales no he comido nada y ya están a un tercio de su peso original.

—Están buenos. —Tommy ríe.

—Pareces un super sayajin —una voz desconocida y varios tonos por encima se nos une.

Cuando pongo mejor atención al frente, veo que el origen es el niño cuyo asiento pensaba patear. No se ve mayor de diez años. Su cabello es negro en un corte escolar y tiene los párpados caídos en aburrimiento.

Le doy una simple mirada de desagrado a cambio.

—Creo que lo dice por Dragon Ball. ¿Recuerdas cuando la veíamos? Gokú tiene una transformación de cabello azul en una de las últimas películas.

—Lo sé —respondo a Tommy, ligeramente enfadado no hacia él, sino el fuerte sonido de masticación que hace el niño.

—¿Cómo te llamas? —pregunta el moreno al menor, haciendo su mejor intento de parecer amigable.

—Eres un extraño, no te voy a decir —responde sin verlo y pone su barbilla sobre sus brazos cruzados—. ¿Por qué tu cabello es azul? Nunca había visto algo así.

—Porque de niño comía mucho chicle azul.

—Mentiroso. He visto a mi mamá pintárselo de rubio.

¡¿Y para qué demonios me preguntó?!

—No estoy mintiendo. Hay muchas otras maneras de teñirse el cabello, decolorarlo y usar tinte solo es una de ellas. Pero a veces pasa que los colorantes de la comida chatarra se meten en tu sistema y pintan diferentes partes del cuerpo, primero tus huesos.

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