Capítulo 10. Tiburón Blanco

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Me siento bien. Me siento excelente, feliz, emocionado, alegre, agradecido por todo, por mis ojos que me permitirán presenciar lo que está a punto de suceder, los oídos con los que escucharé la narración para entender mejor a pesar de haber investigado por mi cuenta, mis piernas con las que puedo saltar y mis brazos que me dejan agarrar a mis amigos uno por uno intentando pasarles toda mi energía.

—¡Ay, ay! ¡Tranquilo, ey! —exclama Kai después de que tomo sus hombros y sacudo su cuerpo con tal fuerza que casi lo despeino—. ¿Qué le dieron a este?

—¡Nada! —Un café negro en la mañana, agua, y refresco de manzana hace un momento, pero no he bebido un sorbo de alcohol en casi dos meses, y no planeo hacerlo. No quiero inhibir ni uno de los sentidos que la vida me regaló y perderme de algo.

—Déjalo, está feliz —me defiende Sofía desde el sillón con una compresa caliente en su abdomen y ríe, extrañada por un comportamiento no inesperado, pero inusual de mi parte.

Cuando regreso con Jenny y la abrazo del cuello por detrás, salta conmigo y baila aunque no haya nada de música además de los comerciales en la televisión. Ella sí me entiende. Sofía tenía razón, somos iguales aunque nuestra etnia y sexo estén en extremos opuestos, aunque ella sea del norte de América y yo del sur y la mitad de nuestros gustos varíen. Somos iguales no solo en el aspecto de nuestra preocupación por otros y ganas de ayudar, sino también por lo fácil que nos vemos como unos "exagerados" cuando dejamos salir nuestra alegría, en confianza de ser nosotros mismos, ruidosos y cariñosos con nuestros amigos.

¿Por qué estoy feliz? 

¡Por qué no estarlo! 

Me gusta la vida que llevo, me siento bien en este pueblo, en compañía de buenas personas, en el sótano de Kai con su montón de máquinas de mini-juegos y consolas, estéreo surround, la gran pantalla plasma, sus sillones cómodos y su mesa de billar que nos ruega no ensuciemos con restos de botanas y me advierte que sea cuidadoso cuando rozo su botella de refresco sentada en la esquina de esta.

Me siento feliz a pesar de que nos falte un integrante y este se encuentre a 3000 kilómetros lejos de nosotros, y lo extraño aunque apenas han pasado 2 días desde que lo acompañe a la central de autobuses; pero no puedo dejar que ese sentimiento se sobreponga a los demás positivos, al orgullo que siento al verlo en pantalla mientras el presentador enlista a los competidores con una canción de rock de fondo.

Lo único que me molesta un poco es cuánto tardan en empezar y que no todo se trate de él. Sé que por ser un evento nacional hay competidores que vienen de todos los Estados, inclusive otros países, otras estrellas aparte de Dylan, pero a mí el único que me importa es él. Por él nos reunimos a ver la competencia y Sofía vino a pesar de sus molestias menstruales. Aunque por la manera en que Kai ojea a los participantes, y sabiendo que conoce más de deportes que yo, es claro que el resto del evento no lo aburre y desearía haber ido.

En verdad es una pena que no haya podido, no solamente porque Dylan le pidió que cuidara a Rodrigo mientras no están, sino también porque le teme a los aviones, y no solo eso. Según Jenny y Sofía, requeriría ser sedado para siquiera aguantar el viaje. En cierto modo, eso explica por qué se queda aquí sin importar cuántas veces su familia parece invitarlo a vacaciones fuera del continente. Prefiere viajar en auto y acompañado, pero 40 horas conduciendo hasta allá no sonaba muy atractivo para ninguno de los tres que tenemos responsabilidades diarias, contrario a él.

Pero yo espero que eso no le impida ser feliz como nosotros, haré el intento de evitar que su humor se vea afectado por envidia racional al ver a Dylan allá y él estar en este pueblo que rara vez tiene eventos así de grandes. Quiero sacarle otra de esas sonrisas verdaderas que me tocó ver el día de mi cumpleaños.

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