Capítulo 18. Respuestas

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Sonidos metálicos, ruidos sordos, sibilancias, gruñidos profundos y gemidos de dolor, a veces la música más molesta también se reproduce a todo volumen en los altavoces (pero no hoy por fortuna); todos sonidos del mismo gimnasio al que he estado viniendo por cuatro años, con Kai en ocasiones y Jenny últimamente, pues le regalé una membresía con descuentos por su cumpleaños, sabiendo desde hace cuánto tiempo ha querido comenzar a hacer ejercicio y no podía por su nivel económico.

Apenas lleva tres meses viniendo y ya me está venciendo en la caminadora. No me molesta, era de esperarse porque es delgada y tiene las piernas largas. Pero por desgracia para ambos, soy competitivo.

Sí, es una desgracia para mí también, ya que por esa misma razón se me ocurre aumentar la velocidad de la máquina en la que estoy corriendo mayor a la de ella, y no aguanto ni dos minutos hasta que tropiezo y estrello mi cara contra la consola, justo en mi pómulo izquierdo, peligrosamente cerca de mi ojo.

—¡¿Pero qué...?! —Jenny apaga su máquina en cuanto se percata de la escena—. ¡Dylan! ¡¿Estás bien?!

Estar desnudo en público sería menos humillante que esto.

Se baja de su caminadora para apagar la mía también, se inclina conmigo, y me da sus brazos para ayudarme a ponerme de pie.

—Estoy bien. —Pero preferiría que el golpe hubiera sido suficientemente fuerte para desmayarme unos segundos y no sentir la mirada de todos en el gimnasio sobre mí, algunos riéndose bajo su aliento al igual que ella—. ¡Deja de reírte! —exijo, enojado.

—¡Perdón, es que... Fue tan gracioso! —Sus carcajadas aumentan hasta que sus ojos están llorosos—. ¿En qué estabas pensando?

—Nada. —Me niego a dejar que descubra la verdad y probar que no soy rival para ella.

—Déjame ver. —Retira su mano de su boca y trata de tranquilizarse para ver la zona que ya siento hinchada y pulsando—. Auch... Espero que no te deje un moretón. ¿Te duele?

—¿Tú qué crees? —Como lo haría un puñetazo, pero el puño estaba hecho de plástico duro y llegó al doble de velocidad normal.

—Vamos a buscarte algo para el dolor. No me digas que no o te hago otro.

No planeaba hacerlo. Estoy cansado de correr, me vendría bien un descanso de cinco o diez minutos.

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—¿También te golpeaste la cabeza otra vez? —pregunta la rubia después de pasarme una botella rellenada con agua fría, la cual presiono contra mi mejilla para adormecer la sensación ardorosa.

—No, ¿por qué? —Me toco el cuero cabelludo para comprobar si hay un bulto o sangrado, pero la única humedad es mi propio sudor, y la cicatriz ya está cerrada en su totalidad.

Jenny se apoya en el dispensador de agua, me analiza de pies a cabeza, y chupa la paleta roja que sacó de su bolsillo anteriormente.

—Estás más callado de lo normal. ¿Todo bien?

Supuestamente, sí, hasta cierto punto. Mi abuela está de mejor humor desde que comenzó a tomar las consultas en línea que Kai me recomendó, y el perro está saludable a pesar de su vejez. Kai también ha mejorado, ya casi cumple un año limpio y cambiaron sus medicamentos a unos que no le provocan la misma depresión que deberían controlar. Y las cosas con Tommy están mejor, casi de vuelta a la normalidad a excepción de que lo despidieron de su trabajo por faltar una semana, pero es una buena noticia. Lo he notado de mejor humor y bien descansado desde entonces, a eso añadiendo que comenzó a llamar a su psicólogo otra vez, y su caso continúa en proceso, pero parece que está cerca de concluir a su favor gracias a la ayuda de un amigo suyo.

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