Epílogo

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Viernes, 30 de marzo de 2018.

Queridos mamá y papá.

Perdón por no haberles escrito nada desde diciembre. Últimamente, el tiempo avanza rápido.

La visita al nuevo hogar de los Torres fue... un desastre al principio, pero esa tensión sólo duró unos tres días y en Navidad se "solucionó". Lo escribo así porque las cosas no cambiaron del día a la mañana. El 25 de diciembre fue tranquilo. Pasamos la tarde en la sala jugando frente al televisor y, al anochecer, volvimos a intentar cenar juntos. El señor Torres cocinó una lasagna vegetariana para mí. Sin embargo, el día siguiente fue algo incómodo.

Mi relación con la familia de Tommy está bien, pero la de él con su padre tomó trabajo. Hablaron menos que en Navidad. Apenas se dirigieron la mirada. Tommy me aseguraba que no estaba molesto con él, pero que seguía siendo difícil dejar ir lo sucedido. Estuvo conmigo la semana entera que me tomó recuperarme (Cierto, olvidé mencionar que me resfrié por primera vez. Fue horrible.) jugando videojuegos, leyendo unos libros que me regaló, y viendo la saga completa de Harry Potter. Me gustó mucho. Creo que tú también la amarías, mamá.

Afortunadamente, no celebramos la llegada del año nuevo a lo grande. Llamamos a la abuela, realizamos algunas tradiciones como la copa de vino y uvas, además de compartir un abrazo entre quienes quisieron darlo. En cuanto se dieron las doce y veinte, Tara y sus padres se fueron a dormir. Tommy y yo recibimos llamadas y mensajes de nuestros amigos y, al terminar de hablar con ellos, nos quedamos conversando en la cama hasta las cuatro de la mañana. Es fascinante cómo las horas no se sienten cuando estoy con él.

Después de prácticamente hibernar como un oso, recuperé mi fuerza y mi nariz despejada que a veces tomo por sentado. También regresó Pimienta, la gata de Tommy. Se había enfermado, pero ahora está como nueva.

Esa segunda semana fue mejor. Irene me prestó algunos de sus libros, ya que, después de una búsqueda en el estudio de su esposo con su permiso, descubrí que él no lee nada más que textos académicos o de política y, honestamente, ustedes saben que no es lo mío. También horneé un pastel con Tara, jugamos con la gata, me mostró a su pez betta y armamos sets de legos. Tommy y su padre se pusieron de acuerdo en realizar ciertas actividades juntos solamente los dos. Desconozco los detalles de lo que su padre le dijo aquel día en la veterinaria, lo que hablaron las tardes que el señor Torres iba a su cuarto o lo invitaba a comer fuera, y no me concierne en realidad. Lo importante es que lo intentó, funcionó, y ahora están un poco más tranquilos en la presencia del otro, sin discutir ni ignorándose.

El día antes de volver, fuimos a jugar al boliche. ¿Ustedes lo habían jugado? Yo lo conocía por películas, pero como no tenemos ese tipo de lugares aquí en el pueblo, me emocionaba mucho ir. Lo odié. Resulta que ser uno de los mejores surfistas en el país no me garantiza una buena puntería. Tommy y la pequeña diabla de su hermana se burlaron de mí (su venganza por las veces que hice lo mismo cuando éramos niños, dijeron). Me hizo sentir mejor que el señor Torres fue peor que yo. De alguna manera, la bola se atoró en sus dedos y golpeó una de las pantallas de puntaje. Menos mal que no se rompió, pero tuvimos que irnos antes de que alguien del personal nos dijera algo.

Casi olvido mencionar que los ayudé a atrapar un ratón. No sufrió un solo rasguño. Todo lo que hice fue poner un trozo de galleta en una trampa casera y lo liberamos en un monte. El señor y la señora Torres le juraron a Tommy no volver a usar veneno, pues eso fue lo que enfermó a la gata. A Tommy le costó creer en ellos, pero al final aceptó que lo mejor para ella es quedarse, ya que no estaría cómoda encerrada en su departamento angosto y sola desde que Tommy se va a la escuela hasta que regresa de dar sus tutorías.

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