Capítulo 29. En Casa

295 38 70
                                    

La segunda vez en el día que despierto lo hago sudando frío, mis músculos sintiéndose igual que cuando ejercito mi cuerpo completo y, aunque duele menos por el medicamento, mi cabeza da vueltas; sin embargo, todo eso es fácil de ignorar con el sonido de mi voz favorita llamando mi nombre y la primera cara que me recibe cuando abro los ojos.

Pero entonces miro detrás de él, a su padre tapando la luz del foco con su altura abismal, viéndose nada corto de intimidante, y me siento rápidamente.

—Está bien —me tranquiliza Tommy con una mano en mi pecho—. Todo está bien ahora.

—¿Qué pas...? —Me interrumpe una tos con la que mis pulmones intentan deshacerse de la picazón en mi garganta.

—¿Te sientes muy mal? Podemos ir al doctor.

—No. Solo... Dios. Me siento muy cansado. ¿Es normal?

—Ahora que lo pienso, ¿te habías resfriado antes?

Niego con mi cabeza, ocultando mi tos detrás de mi palma.

—¿Qué hago? —Dejaría mi fobia a las agujas de lado por una solución instantánea.

—Ay, bebé —me dice con ternura y acaricia mi quijada—. Estarás bien. Solo necesitas descansar.

Sus ojos están hinchados.

—Vamos a casa.

Está usando su abrigo que antes lo vi negarle a su padre.

—¿A... Las Palmas?

Él tiene la mano puesta en su hombro.

—No, Dee. A nuestra casa de aquí.

───────────────

Nadie dice nada en el trayecto de la clínica a la residencia de los Torres, tampoco cuando entramos a su casa. Al vernos abrir la puerta, Irene camina acompañada de Tara desde el centro de la sala hasta nosotros, enrollando un mechón de sus rizos canosos con su índice. Su cara es una de angustia profunda, pero esta se suaviza cuando Tommy le sonríe, le da un gran abrazo y hace lo mismo con Tara, susurrando disculpas y diciéndole cuánto lo siente, que la ama, que ella no tiene la culpa de nada y la gata regresará en unos días.

Después de ese intercambio silencioso, Mateo lleva a su esposa e hija a ver a su mascota. Es así que nos quedamos Tommy y yo solos. Mis ojos están luchando por mantenerse abiertos y él se da cuenta, por lo que me guía al cuarto de visitas. Me deja sentado ahí, cabeceando, mientras hurga en mi maleta. Ignorando mis quejas, me ayuda a quitarme mis zapatos y cambiar mi ropa por una manga larga y pantalones flojos. Retira el cobertor y acomoda las almohadas para después recostarme y cubrirme hasta mi pecho con una cobija delgada.

—Estás ardiendo —dice al sentir mi frente—. Te traeré un balde con agua y trapos.

—No tienes que hacerlo. —Toso en cuanto termino la oración.

Tommy libera un bufido y me dice que no reniegue.

—Tú harías lo mismo por mí. Lo hiciste. —Peina mi cabello fuera de mi frente, lo cual se siente como el tacto sanador de un ser divino—. Déjame cuidar de ti hoy.

Sin energías para discutirlo, mi única opción es rendirme y cerrar los ojos, sintiendo su mano acariciar mi cara otro minuto más, después el beso tierno que deja en la cicatriz sobre mi ceja derecha.

───────────────

La tercera vez que despierto es por el sonido de la puerta abriéndose, seguido de unos pasos pesados a los que no estoy acostumbrado.

Mi Faro De LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora