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Aidan

Era de mañana, eran las siete de la mañana de un lunes en el que me sentía especialmente cansado y deprimido, aún más que los días anteriores. No quería ir a la universidad porque sabía que muy probablemente William estaría por ahí, pululando hasta encontrarme.
Me levanté cuando alguien tocó la puerta de “mi habitación”, obligándome a salir de mi estupor; “pase” autoricé a quien sea que estuviese tocando.

—¿Estás listo?— preguntó Carlysle cuando entró.

—Si, ¿ya es hora?— pregunté un poco desanimado.

—Así es, tenemos que irnos ya.

—Que horrible— murmuré más para mí.

—¿Dijiste algo?

—No, nada— negué.

—Te veo en cinco afuera— dijo, con su típico tono serio y vacío.

—Ahí te veo.

Carlysle salió de la habitación, me quedé unos segundos más viendo a la nada contemplando mi existencia. Me levanté de la cama y tomé mis cosas, luego salí de la casa.
Carlysle ya me esperaba con el auto listo.

—Sube— indicó señalando la puerta del copiloto. Hice caso a su petición y subí.

—¿No olvidas nada?

—Creo que no.

—Bien.

Carlysle puso el auto en marcha, con dirección y, como primera parada para él, mi universidad.

[…]

—Gracias por traerme— agradecí cuando Carlysle aparco el auto frente a mí facultad.

—Paso por ti más tarde— anunció sin despegar la vista de su teléfono.

—Ni siquiera sabes a qué hora terminan mis clases— comenté.

—Pues no, pero puedo conseguir tu horario.

—Entonces nos vemos más tarde— dije con ansias de irme, y no solo de ese auto, si no de irme a dónde no pudiera seguir siendo solo una tonta garantía.

—No intentes nada estúpido,— sugirió, como si hubiese leído mis pensamientos —recuerda que de eso depende tu seguridad, la tuya y la de la gentes que estimas.

Asentí con pesar y salí de ahí con prisa. Salí del auto sin esperar nada, cerré la puerta tras de mi y me di la vuelta para comenzar a caminar y, para mí mala suerte, ahí estaba él, a unos metros de la entrada estaba William; aunque estaba lejos podía distinguirlo perfectamente, con su cabello castaño revuelto y una sudadera que le había regalado tiempo atrás.

No quería verlo, no quería hablar con el, no quería escuchar sus razones para engañarme. Había estado bien ignorando sus mensajes y llamadas, pero ahora no lo podía evitar, porque el estaba justo a un lado de la entrada.

—¿Está todo en orden?— preguntó Crawford, quién había bajado la ventanilla del copiloto y por ahí hablaba.

Lo miré por encima de mi hombro, ni siquiera me di la vuelta, ¿por qué primero era horrible y luego se interesaba? Que fiasco.

—De maravilla— respondí cortante mientras comenzaba a caminar lejos de ahí.

Mientras caminaba y me iba acercando más a la entrada vi que William se distrajo y aproveché para apurar el paso y entrar sin que se diera cuenta.
Si bien era infantil evitarlo de esta forma simplemente no quería verlo, porque luego de aquella noche, los sucesos ocurridos en su casa se habían quedado grabados en mi cerebro y ahora no podía sacar de mi mente tan horrible escena.

La Sacra CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora