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Aidan

Hoy era lunes, debía ir a la escuela, extrañaba tanto el fin de semana, recién el día anterior le había contado mi vida entera a Ben, y honestamente no me fue incómodo, por el contrario, me sentí libre de hablar con él, aunque al final nos viéramos interrumpidos por Carlysle y Kaori.

Seguía pensando en el fin de semana de locos que había tenido cuándo, revisé la hora, debía levantarme ya o no llegaría a mi primera clase, pero era verdad que no quería ir.

Me di la vuelta, me removí un poco en la cama y vi a Carlysle a mi lado, profundamente dormido, suspiré con pesadez mientras me acercaba más a él y tomaba su brazo para pasarlo encima de mi cuerpo.
Recargué la cabeza en su pecho y no pasó más que un instante hasta que sentí como Carlysle me abraza y me daba un pequeño y tierno beso en la cabeza.

—Buenos días— murmuró con la voz aún ronca.

—Buenos días— dije yo también mientras levantaba la cara para poder verlo.

Si mirada acogedora, su leve sonrisa y su cálido abrazo me hacían sentir en paz, a salvo.

Carlysle me dio un pequeño beso en los labios mientras acariciaba suavemente mi espalda.

—¿Te desperté?— pregunté.

—Si, pero está bien, igual supongo que pronto vas a levantarte— respondió con letargo.

Me escondí en su pecho.

—¿Estás bien?—preguntó preocupado.

—Es que no quiero ir a la escuela,— murmuré —pero tengo que ir, más que nada por los ensayos.

—No vayas entonces, estás enfermo.

—Pero tengo que ir— refunfuñé.

En respuesta, Carlysle se aferró a mi cuerpo, tanto con sus brazos como con sus piernas.

—Ahora no puedes ir— respondió con simpleza, haciéndome reír por su tonta pero cariñosa acción.

—Pero tú tienes que ir a trabajar,— recordé —y no quiero quedarme solo.

Antes de responder, Carlysle tomó mi brazo y lo puso sobre su cuerpo, luego escabulló su pierna entre las mías, entrelazándolas.

—Ahora yo tampoco puedo salir de aquí— declaró.

—¿En serio está bien que nos quedemos...?

—No creo que pase mucho por un día...— suspiró —además, recuerda que estás enfermo, debes cuidarte; quiero cuidarte, déjame hacerlo.

—En ese caso,— dudé —quiero dormir un poco más...

—Pues vamos a dormir otro rato, al fin y al cabo, aún es temprano.

—Lyle— murmuré luego de que nos acomodáramos para dormir de nuevo.

—¿Mmm?

—Te quiero muchísimo— recordé.

—Y tú me gustas muchísimo.

Una de las muchas cosas que me gustaban de Carlysle era precisamente eso, que a pesar de las muchas veces que me dijera que le gustaba nunca me sentía presionado a decírselo de vuelta, y me gustaba mucho que el entendía que yo quería que el día que le dijera que lo amaba o que me gustaba fuera verdadero, que realmente lo sintiera y que no se lo dijera por simple compromiso.

Mientras él acariciaba mi espalda yo fui conciliando el sueño de a poco, hasta que todo se volvió negro.

Cuándo desperté otra vez, Carlysle seguía abrazándome, solo que ahora desde la espalda.

La Sacra CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora