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Carlysle

No entendía porqué Aidan me había pedido que lo esperara de su lado de la cama, de lado izquierdo.
De todas formas para mí no significaba un problema, así que no me opuse.
Me dejó ahí sentado en la habitación tenuemente iluminada y, por lo que logré escuchar él se fue al baño.

Pasó un rato y me cansé de estar sentado, así que decidí recostarme, mala idea, cuando menos lo esperaba me había quedado dormido, cuando desperté un rato después todo seguía exactamente igual.

Me levanté y revisé si Aidan seguía en el baño, la luz encendida y el sonido de movimiento desde el interior de este me decían que, él seguía ahí.

¿Cuánto tiempo me había dormido? ¿Cuánto tiempo llevaba Aidan en el baño? ¿Necesitaría ayuda? ¿Estaría bien?

Sin importarme mucho conseguir las respuestas a mis preguntas volví a recostarme, si en veinte minutos no salía yo entraría.

Lo seguí esperando y, cuando casi habían pasado los veinte minutos que había dado como plazo antes de tomar alguna acción para corroborar el bienestar de Aidan, logré escuchar sus pasos, acercándose poco a poco.

—¿Lyle?— llamó Aidan bajito, prácticamente en un susurro.

—Tardaste mucho,— dije —¿todo en orden?

—Si…— contestó. La duda en su voz me hizo mirarlo, llevándome una inesperada sorpresa.

—Tú…— comencé a hablar, pero estaba tan impresionado que no lograba articular palabra.

—Es el regalo de Cyra…— murmuró ante mi silencio.

Aidan evitaba notoriamente el contacto visual conmigo, se veía sumamente avergonzado, pero eso no le impidió tomar el elástico de la sudadera que caía gentilmente por sobre sus muslos para subirlo un poco mientras se giraba, permitiéndome ver algo que sí bien podía esperar debido a la situación, no creía que fuera posible. Mi entrepierna se estremeció.

Aidan llevaba una holgada sudadera, era la única prenda decente que llevaba puesta; como parte del atuendo llevaba una diadema de orejas de conejo en la cabeza y, en la parte baja de su torso, a juego con la diadema lucía una esponjosa colita de conejo, ¿era un cinturón?

Le extendí la mano, la tomó con duda, lo acerqué a mí en cuanto afiance el agarre en su mano.
Una vez que estuvo frente a mi, quería lanzarme sobre él, quería tocarlo y deborar cada centímetro de él.
Lo senté en mis piernas de manera que quedaramos frente a frente, así me aseguraba de que no escondería el rostro, no podía.

Lo tomé de las caderas y lo acerqué tanto como pude, gimió bajito al contacto con mi erección.

—Así que… ¿este es el regalo de Cyra?— murmuré en su oído.

—Pero la sudadera es tuya— respondió él, cambiando de tema.

—Provocación tras provocación— murmuré mientras besaba su mejilla para luego hundir la nariz en su cuello.

Aproveché mi posición y comencé a repartir besos por su cuello para de a poco ir subiendo hasta su boca y poder besarlo como tanto quería. Al comienzo el beso fue lento, profundo y lleno de deseo; a pesar de esto, poco a poco se fue convirtiendo en algo más agresivo, necesitábamos más del otro y no nos preocupabamos por ocultarlo o disimularlo.

Inconscientemente, mientras lo besaba jugaba con su trasero, Aidan en respuesta no dejaba de frotarse contra mi necesitada erección que ya comenzaba a doler, necesitaba urgentemente arrancarle la ropa a Aidan y follarlo fuerte como le gustaba.

La Sacra CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora