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Aidan

—Oh, Aidan, ¡eres tú!— exclamó Jeanne  con la mirada enternecida, llamando la atención de los demás demás compradores en la tienda.

Mi vista comenzaba a nublarse.

Jeanne se encaminó rápidamente hasta donde yo estaba y, en cuanto estuvo frente a mí, me abrazó como cualquier madre abraza a un hijo que no ha visto en largo tiempo.
Papá también se acercó, Alexander también me abrazó de una forma estúpidamente paternal; solo en ese momento salí de mi estupor y les devolví el abrazo.
Tal vez Cyra tenía algo que ver, tal vez no habíamos entrado a aquella tienda por mera casualidad o curiosidad, tal vez ella sabía quienes estaban dentro, pero no importaba, no en el momento en el que, al menos por un segundo, volvía a pertenecer a una familia.

—Pero mírate,— exclamó mamá al borde del llanto —estás pálido y creo que aún más delgado que la última vez que te vi.

—Estoy bien mamá— hablé para consolarla.

—Tu madre tiene razón— regañó Alec.

—No es cierto papá,— debatí —me cuido bien.

—¿Eso es cierto, Cyra?

—Prefiero no meterme en esto— respondió ella, sabia y amablemente a papá, quien solo rió bajito.

—¿Qué hacen por aquí? ¿Aún están de vacaciones?— preguntó mamá.

—Sí, aún nos quedan unos días más— habló Cyra.

—Fuimos al teatro, a ver el cascanueces y luego comenzamos a caminar sin rumbo— seguí yo.

—Que maravilla— suspiró mamá.

—¿Qué tal estuvo?— preguntó papá.

—Genial— dijimos Cyra y yo casi al unísono.

—¿Y qué más tienen planeado?— inquirió mamá.

—Nada más— respondió Cyra.

—Genial, en ese caso, ¿porqué no vienen a tomar algo a casa?— propuso Jeanne —Nos encantaría hablar con ustedes con más calma, ¿no es cierto, cariño?

—Así es,— respondió papá —sería bueno para tu madre que pases algo de tiempo con ella.

—Yo...

—Creo que yo salgo sobrando en este momento familiar— interrumpió Cyra —además tengo algunas cosas que hacer mañana temprano así que, yo me voy, pero seguro que a Aidan le encantaría.

—¿Qué? Cyra no…

—Está bien— interrumpió de nuevo.

—¿Estás segura, Cyra?— preguntó papá.

—Totalmente— respondió ella.

—En ese caso, podemos llevarte a algún lugar si necesitas— intervino mamá.

—Está bien, hay una estación de metro aquí cerca y voy a aprovechar para comprar unas cosas, no se preocupen por mi.

Por más que intenté que Cyra se quedara, ella logró salirse con la suya e irse, yo no supe cómo decirle a mamá no, a ellos jamás pude decirles "no" sin sentir cierto remordimiento; y no es que no quisiera charlar con ellos, ponerme al día y pasar un rato juntos, pero tenía un mal presentimiento, sentía que algo malo pasaría si iba con ellos a casa, así que se me ocurrió algo de camino al auto.

—¿Y porqué no mejor vamos a un restaurante, o a un café?— propuse.

—Nada de eso Dan— respondió mamá con firmeza, mi corazón se estrujó al escuchar el apodo que me había dado desde que me conoció. —Iremos a casa, además, seguro Gloria y Lorenzo estarán felices de verte.

—Está bien— respondí, dándome por vencido.

Nunca había podido ir en contra de mamá y papá, si lo hacía me sentía como un malagradecido, así que, a menos que fuera algo que verdaderamente no quería, ponía un alto con firmeza.
Algo dentro de mí se sentía extraño, esa corazonada de que algo iba a pasar, pero preferí hacer caso omiso, además, iba a ver de nuevo a Gloria y a Lorenzo.
Ellos eran una pareja un poco mayor que se encargaba de ciertas cosas, Gloria de la cocina y de coordinar al personal de limpieza y Lorenzo tenía el puesto de consejero.
Llevaban prácticamente toda su vida en casa de los Beck, y aunque les habían ofrecido retirarse, darles una casa donde ellos quisieran y seguir cobrando un sueldo digno, ninguno de los dos quiso.
Si los Beck era mis padres, Gloria y Lorenzo Cicale eran como mis abuelos.

—Ya llegamos— anunció de pronto papá mientras estacionaba el auto frente a la puerta.

Había estado tan inmerso en mis pensamientos que, nunca me di cuenta del paso del tiempo, y del kilometraje.

Mi corazón latía con fuerza, hacía tiempo que no estaba en esta casa, misma que me había visto crecer, así como vió cuando me llevaban a la fuerza de aquí. Me temblaron las piernas.

Entramos en la casa.

Todo estaba exactamente como lo recordaba: el mismo aroma, los portaretratos en la misma posición aún a pesar de ser movidos constantemente para ser limpiados, el ambiente hogareño… los recuerdos se agolpaban en mi mente y, uno tras otro, me llenaban de una especie de melancolía y calidez.

Tal vez habían pasado varios meses desde la última vez que había pisado esta casa, pero no por eso me había olvidado de ella; por eso mismo, me fue demasiado natural ir hasta la cocina. Ahí estaba Gloria.

La mujer me miró, tardó un momento en procesar lo que pasaba, y luego rompió en llanto; me acerqué a ella y la abracé, un momento después escuché la voz de Lorenzo, "¿Joven amo?" preguntó. Me volví para verlo, él también se llenó de emoción, se unió al abrazo.

—¿Aidan…?— preguntaron de pronto.

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La Sacra CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora