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Aidan

Huir, los diccionarios lo definen como la acción de alejarse precipitadamente de algún lugar o persona por temor, para así evitar daños o algún tipo de peligro, real o imaginario; y eso precisamente es lo que estaba haciendo.

Corría tan rápido como mi enfermo cuerpo me permitía, estaba cansado, sentía como el aire me quemaba, tosía cada tanto, quería detenerme pero no podía por dos simples razones: si me detenía tenía la sensación de que caería rendido al suelo, y si me detenía él podría alcanzarme, y no tenía cara para verlo después de lo que le hice.

No sabía con certeza de dónde es que había salido tan repentinamente, pero en cuanto se dió cuenta que estaba ahí, frente a él, a una acción de distancia me asusté.

Él gritó mi nombre, corrió detrás de mí en cuanto yo lo hice, intentó alcanzarme, pero corrí tan rápido como pude para evitar y huir de Carlysle Crawford.

Luego de unos minutos corriendo logré perderlo, aunque eso era meramente subjetivo, después de todo él sabía donde vivía.

Nada más estar en mi edificio subí a mi apartamento, ni siquiera me molesté en esperar por el elevador, subí por las escaleras con los últimos atisbos de fuerza y adrenalina que quedaban en mi cuerpo para luego, apenas cerrar la puerta de mi apartamento tras mi espalda, caí de rodillas al suelo, exhausto, asustado, dolido, enfermo.

Intenté no pensar en eso, en no condenarme por haber salido a esa farmacia, intenté concentrarme en tratar mi fiebre, en serio lo intenté; pero nada más me puse de pie alguien llamó a la puerta, y no pude evitar paralizarme ante el pensamiento de que se trataba de él.

—Aidan, no te preocupes, soy yo, Kaori— habló al otro lado de la puerta.

No respondí.

—Él no viene conmigo...— siguió.

Tampoco respondí.

—Vamos Aidan, se que estás ahí, abre, ¿si...?— pidió —No voy a juzgarte ni a cuestionarte, solo quiero darte tu medicina, la tiraste cuando corriste tan abruptamente.

«Mi medicina...?»

Revisé mis bolsillos, examiné las cajas de medicamentos, faltaban dos.

Abrí cuidadosamente la puerta, y antes de dejarlo pasar revisé que él no estuviera cerca, no lo estaba.

Dejé pasar a Kaori quien notoriamente quería decirme algo, pero era demasiado amable como para decirlo, simplemente me entregó los medicamentos y se dio la vuelta sin esperar a que yo dijera algo.

—¿Qué es lo que quieres decirme?— dije cuando Kaori estaba a punto de irse.

—¿Perdón?— respondió él, confundido.

—Sé que quieres decirme algo así que, hazlo.

—¿En serio?

—En serio.

—...

—Vamos...

—¿Por qué? ¿Por qué tan repentinamente le hiciste eso? ¿Por qué le rompiste el corazón?

—Aunque sabía que preguntarías eso, no puedo decirte, lo siento mucho...

—Aidan...

—No Kaori, no puedo decirte...— suspiré con pesadez —si lo hago irás corriendo a decirle, y no puedo permitir eso.

—Aidan es solo que, ¿qué carajos pasó? No importa cuanto lo piense, ni de qué perspectiva lo vea, simplemente no logro entenderte.

—Lo único que puedo decirte es que, sin importar la razón de mis acciones, yo lo amo...

—Lo sé, por eso es que quedé estupefacto ante lo que hiciste, pero aún así tengo la ligera sospecha de que lo hiciste por amor.

—No podría haberlo hecho por otra razón...— concluí mientras engullía los medicamentos que había comprado.

—Aidan...

Intenté resistir, intenté ser fuerte e inquebrantable, pero su mirada llena de esperanza me quebró hasta que no pude más y terminé por contarle todo.

Palabra a palabra, detalle a detalle pude notar el horror y la ira que se acumulaba en su rostro y en su ser.

Kaori no habló, ni hizo preguntas, lo único que cambiaba de a poco era su expresión, al finalizar con mi relato prometió no decir a nadie, ni una palabra de lo que le había dicho, de igual forma me ofreció su ayuda en todo lo que necesitase, luego se fue.

Una vez que se fue cambié mi ropa invernal por algo más acorde al clima, me recosté en mi cama y cerré los ojos, dejándome llevar por la pesadez de mis párpados, rogando que al despertar me sintiera mejor.

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La Sacra CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora