64

135 17 4
                                    

William

Tal vez estaba soñando, tal vez aún estaba dormido y no me daba cuenta, tal vez era otro de esos malditos sueños en los que Aidan aparecía y me recibía con brazos abiertos. Pero había algo distinto.
En ninguno de los sueños Aidan se abrazaba con Lorenzo y con Gloria mientras está última lloraba cual Magdalena.

Justo cuando abrí la boca para hablar y preguntar qué estaba pasando, mis padres entraron en escena, mamá me saludó cálidamente, como siempre, pero con suma discreción me guiñó el ojo, ¿que diablos se traía entre manos?

Cuando mamá me saludó, Aidan reaccionó, su expresión cambió de una felicidad inmensa a una mezcla de pánico y angustia. Conociéndolo seguramente tenía el corazón a mil por hora.

—Te lo estoy entregando en bandeja de plata— susurró mamá —no desaproveches esta oportunidad.

Las cosas me resultaron un poco más claras.

Miré a papá, asintió ligeramente, como dándome seguridad, ¿quien lo diría? Mis padres, ayudándome, empujándome a hacer lo que quería pero no podía. Aunque, tal y como dijo mamá, no podía desaprovechar esta única oportunidad que seguramente no se me volvería a presentar.

—Aidan…— llamé vacilante.

—Creo que será mejor que me vaya— tartamudeo Aidan.

—Déjenos solos— pedí con voz firme sin dejar de mirarlo a los ojos, esos lindos y cristalinos ojos color miel.

Aidan estaba petrificado, podía notar el temblor en sus manos, los ligeros espasmos en su cuerpo, su agitada respiración que intentaba ocultar a toda costa…

—Aidan…

—Esto es un error, tengo que irme— interrumpió.

—Espera por favor,— pedí al tiempo que le cortaba el pasó con mi cuerpo, era claro que él no iba a ceder tan fácilmente, pero yo tampoco podía darme vencido así como así —solo te pido que me escuches, no te pido que me perdones, solo escúchame, y si quieres golpearme o… o maldecirme, lo que quieras… has lo que quieras pero escúchame.

—De una u otra forma yo no gano nada,— habló con una seriedad falsa —así que no, y déjame pasar, por favor.

Siempre tan educado…

—No te pido que me escuches,— corregí —te imploro que lo hagas, por favor.

—No.

—Por favor— murmuré, quise tomarlo de la mano, pero no me pareció buena idea.

Aidan se lo pensó, sabía que en el fondo él quería respuestas tanto como yo quería dárselas.

—Tengo tantas cosas que decirte, y otras tantas otras por enseñarte, por favor, dejame enseñarte…

—Tienes veinte minutos— habló luego de unos minutos de silencio.

—Ryan— llamé, de alguna forma sorprendiendo a Aidan.

—¿Qué pasa?— respondió el anteriormente llamado.

—Tráeme los estudios— pedí.

—Enseguida— respondió para un segundo después irse.

—Tu tiempo está corriendo— recordó Aidan.

—Lo sé, solo es algo que necesito para que me creas— llamé.

—Apresúrate, tengo cosas que hacer mañana temprano y ya es tarde.

—Aquel día— comencé —todo fue de mal en peor.

La Sacra CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora