Capítulo 3

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Los muslos los tenía entumecidos; me dolían, después de estar en la misma posición.

El frío del suelo me erizaba la piel. Pero eso era lo que menos me importaba ahora, Rodé los ojos hacia arriba, para luego liberar un largo y pesado suspiro. Cerré los puños, clavando mis uñas en las palmas.

—Bertolt, me duele todo. —me quejé. —¿te falta mucho? —Le pregunté a mi mejor amigo y confidente desde la infancia.

Bufe. El reflejo que mostraba el lujoso y dorado espejo que había frente a mí. El beta me dedicó una mirada cargada de reproches.

—Eren, cuando te mudes al palacio de Levi vas a pasar mucho más tiempo de rodillas. Acostúmbrate.

No me hizo ni pizca de gracia. Al menos no a mí. Porque al chico pecoso de ojos café, que llevaba un buen rato ensimismado, sí. Hizo un amago para esconder su sonrisa, pero se le acabó escapando inevitablemente.

—¿Y tú de qué te ríes? —Le reprendo, mientras Bertolt toma uno de mis castaños mechones, repasándolo con sus dedos. Le habían encomendado la tarea, de dejarme presentable. —¿Tienes celos o qué?

—¿Pasar toda mi vida al lado del alfa más despiadado del reino? —Marco levantó una ceja y entonó una risilla cargada de ironía. —Tengo mejores cosas que hacer. Aparte ya tengo a mi hombre.

Solté una risita. La primera en el día. Sabía que Marco está saliendo con un beta. Pero no ha comentado mucho sobre el tema. Solo sé que es un guardia real.

—Ya, como si Levi tuviese tan mal gusto como para fijarse en ti. Podrá ser un cabrón, pero no podemos negar que tiene un gusto impecable. —Dijo Bertolt burlándose de Marco.

Permití que tomase mi cara entre sus dedos. Las yemas, las uñas me hacían cosquillas, pero no refleje un ápice de expresividad. Bertolt me obligo a mirarme en el espejo, para que viera como me había dejado. Pero, aun así, yo no quería. A mí no me apetecía verme así.

El castaño me dio un apretón, y me obligó a fijar la vista en el espejo dorado que tenía delante. Este resplandecía tanto como los ojos de mi amigo.

—Eres precioso, Eren. —Susurró, extasiado. Casi parecía que unos minutos atrás no me había hablado como si quisiera echarme a una jauría de lobos hambrientos. —Tan bonito, mírate... estás increíble.

Contemplé mi reflejo con detenimiento. Mis facciones se veían suaves, parecían haber sido trazadas por el artista más preciso del mundo. Arco de cupido que delineaba mis labios de cereza. Y el verde con destellos dorados, profundo y enigmático. Pelo castaño, mechones salvajes, olía a una mezcla de frutos rojos, limón y vainilla. Pómulos carmín, pestañas tan espesas que tan solo bastaría un aleteo para derribar a cualquiera. Me veía bien, pero faltaba esa chispa en mi mirada.

—Verás como se pone el Rey cuando te vea, te aseguro que te deja sin caminar una semana. Menudo infierno te va a tocar vivir...

—Deja de asustarlo. —Replicó el castaño, terminando de peinarme.

Me giré, contemplando a mi mejor amigo. Lo vi recoger todo el desastre que había montado, trasteaba con cajas que contenían potingues, lociones y no sé cuántas cosas más con las que me había estado acicalando.

—Marco tiene razón. Irme a vivir con Levi, va a ser horrible. Un infierno.

Bertolt chasqueó la lengua, en su rostro se dibujó esa expresión tan característica, tan habitual en él cuando un comentario le parecía exagerado. Terminó de recoger mi habitación y se detuvo ante mí, tendiéndome las manos para ayudarme a levantarme.

El Esposo del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora