Capítulo 35

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Era la primera vez que sostenía un arma.

Era la primera vez que empuñaba una daga para protegerse. Era la primera vez que Eren iba a convertirse en el depredador, y dejaría de ser la presa. Y lo peor es que la idea no le asustaba.

No le asustaba pelear, no le asustaba dar la cara para protegerse. Ya se había manchado las manos con Keith, no le importaría ensuciárselas una vez más, por salvar a ese alfa que le había ayudado a salvarse a sí mismo.

—Eren. —La autoritaria voz de la alfa provocó que el omega vacilara, por un segundo. —¿Has vuelto a escaparte de Keith? —Escupió acusativamente.

La chica comenzó a andar hacia él, de forma intimidante y lenta, demostrando una enorme confianza. Parecía un tigre acercándose a una gacela, justo los momentos antes de devorarla.

—Sí, y volveré a hacerlo. —El castaño consideró que era mejor no mencionarle que Keith estaba muerto. Eso podría cambiar la situación, ahora mismo a Gabi le interesaba que él estuviera sano y salvo, y de enterarse que el líder había muerto, podría ocurrir algo inesperadamente aterrador.

—Te veo muy confiado. ¿No eres consciente de que los omegas no valen para nada? En serio, Eren. Solo eres un maldito inútil. ¿De verdad te crees que vas a poder contra mí? Soy una Jaeger pura, y tú tienes sangre asquerosa corriendo por tus venas. El resultado ya está escrito.

No lo pensó.

Eren corrió hacia ella, alzando la daga, como si fuese un estandarte de una victoria que no estaba escrita en ninguna parte. Gabi le observaba confiada, como si no creyera que el castaño fuera capaz de hacer algo así, una acción tan valiente. Para ella, los omegas solo eran una fuente para darles placer e hijos a los alfas, y encargarse de tareas domésticas. No servían para nada más, no creía que tuviesen personalidad y carácter. Ni sueños ni ambiciones.

Para ella, los omegas debían estar recluidos en el hogar, alejados de la mirada de otros alfas.

Y como ella era una alfa muy celosa y posesiva, seguidora de Keith, pensaba hacer cumplir a Eren con su cometido. Iba a arrastrarlo de vuelta a los imponentes muros del palacio. Y de allí, no volvería a salir.

Nunca más.

El omega se abalanzó sobre ella. Ambos cayeron, Eren tropezó, quedando justo encima de Gabi. Acercó la daga a su cuello, con el vacilante movimiento de su temblorosa y sudorosa mano.

Sin embargo, era obvio lo que iba a pasar. La fuerza de la chica era mil veces mayor. Fácilmente, forzó al castaño a girar, y pudo arrebatarle la daga en un raudo movimiento, arrancándosela de sus manos. Pensó lanzarla lejos, entre unos matorrales. Sin embargo, decidió dejarla caer cerca, provocando un pesado ruido, que erizó la piel de Eren.

El omega, trató de recuperar su daga, pero la chica le sujetó con fuerza, inmovilizándole. Solo con una de sus manos le bastaba para atrapar las delgadas muñecas del castaño, por encima de su cabeza. Tenía mucha fuerza, y el agarre empezaba a lastimar al menor. Sus muñecas no tardaron en enrojecerse, debido al violento contacto.

El miedo se adueñó de los ojos verdes cuando la mano libre de Gabi tanteaba el suelo, en busca de la daga que acababa de soltar. Cuando la encontró, acercó el metálico filo a la sonrojada mejilla del castaño, pinchándole. Eren cerró los ojos, respirando rápidamente y de forma alterada.

Gabi no podía querer dañarle. Lo necesitaba vivo, seguro estaba jugando a intimidarle, para darle una lección.

—¿Sabes, Eren...? Debería arruinar tu cara tan bonita. Seguro te estás escapando para ir a ver a otros hombres, como la maldita puta que eres. Todos los omegas son la misma basura. —Gabi parecía estar viendo a otra persona. Pero, el odio que destilaban sus ojos era el mismo que los de Keith. —Si consigo que estés feo, no tendrás nada más que ofrecer. Te lo quitaré todo.

El Esposo del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora