El Esposo del Rey

Capítulo 26

Eren se acomodó sobre la nueva, mullida y suave alfombra que un par de días atrás, habían colocado en su habitación. Levi la había mandado a traer, desde que su omega había adquirido la costumbre de pasar bastante tiempo sentado en el frío suelo.

El castaño no podía salir, porque, aunque los Jaeger no habían dado señales de vida, seguía siendo muy arriesgado exponerse a que lo vieran. Así que pasaba los días haciendo puzles, leyendo o coloreando. Su afición preferida; desde que Isabel le enseño, era moldear arcilla para crear pequeñas figuritas decorativas, con las que el alfa adornaba su despacho, e incluso el resto de habitaciones de la casa.

Es más, Levi había mandado a enmarcar todos los dibujos y cuadros que él había pintado, y los había colgado por todas las paredes la casa. Las temáticas y los tonos de las acuarelas, eran similares en la mayoría de pinturas. Como el ojiverde había pasado toda su vida en el campo, amaba pintar ovejas, vaquitas y demás animales pastando en paisajes rurales. Aunque algunas veces, dejaba atrás esos cuadros idílicos y pintaba personas a las que quería y extrañaba mucho, como a Armin, a Marco o a Bertolt.

Pero, a Levi no lo pintaba nunca. Sentía que sus manos no serían capaces de reflejar lo hermosas que eran las facciones de su alfa, pensaba que sería imposible; plasmar la belleza del azabache en un lienzo.

Empapó el filo de su pincel en un pequeño cuenco lleno de témpera negra, y trazó dos pequeños círculos, que simulaban ser los ojos del blanco conejito de arcilla que había hecho. Levi lo observaba desde la cama, embelesado. La verdad, Eren había demostrado tener habilidades para el dibujo y la pintura, bastante sorprendentes, y aprendía y mejoraba, cada vez más rápido.

—Va a acabar doliéndote la espalda si sigues ahí, durante tanto tiempo. —Levi palmeó varias veces el colchón, para que fuera con él. —Vamos, ven aquí.

—Pero quiero terminar esta figura primero. —Puchereó de forma triste. —Así el gato que te regalé ayer, tendrá un amigo.

El omega esbozó una sonrisa cargada de dulzura.

Ackerman no podía argumentar nada ante esa lógica, así que se acabó sentando al lado de su omega, observando lo feliz y ensimismado que se veía en su tarea. Podría pasarse horas mirándolo, y no se aburriría.

—Oye, precioso. —Le acarició el hombro, con cuidado de no mover su brazo, y arruinar sus perfectas y precisas pinceladas. —¿Cuándo piensas hablar con tus padres? Han pasado un par de semanas... Además, mañana partimos de viaje al templo Brossard, y estaremos fuera un par de días. ¿No te gustaría hablar con ellos antes?

El castaño lo meditó en silencio. Gateó hasta una pequeña tabla de madera que había dejado junto a la ventana, y colocó la figura sobre esta. Había dejado unas hojas de papel para no ensuciar la tabla, con salpicaduras de pintura.

—Yo... creo que lo haré cuando volvamos. A lo mejor el viaje me ayuda a calmarme, y a que no me dé tanto miedo... —Agachó su cabeza, y cerró sus manos en puños, dejándolas descansar sobre sus piernas.

—¿Por qué tienes miedo? —Levi se acercó hasta él, y acarició su espalda, tratando de reconfortarle. —Son tus padres. Ellos te quieren mucho, y sé que, en el fondo, quieres saber de ellos. —El azabache tocó el centro del pecho de su esposo, justo en la zona de su corazón.

Eren inclinó ligeramente la cabeza y mostró una sonrisa triste. Su alfa estaba en lo cierto, pero necesitaba valor para poder plantarle cara, a ese pasado tan oscuro como la noche, que acababa de descubrir que existía.

No comentó nada más, simplemente recogió las pinturas, y limpió todo el caótico desastre que habían dejado sus témperas. A pesar de haber manchado el suelo de forma accidental, el omega estaba impecable. Lo cual agradecía, porque estaba algo cansado y simplemente quería tardar lo menos posible en meterse en su cama.