Capítulo 7

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Carla condujo su bronceada mano hacia su mentón, mientras en su rostro se dibujaba una expresión dubitativa. El alfa, que estaba sentado frente a ella, le miró con curiosidad, mientras untaba un poco de mermelada de higos en la dorada rebanada de pan que tenía entre sus manos.

—Aún no me has contado cómo fue la misión. —Dijo el pelinegro, para luego darle un mordisco a la tostada, manchando la comisura de sus labios.

La omega rió, y acercó su pulgar a la boca del contrario, retirando los restos de mermelada. Dándole una mirada amistosa.

—La verdad es que fue un fracaso absoluto. Una falsa alarma, más bien. —Suspiró pesadamente. —Hicimos ir a Hange para nada. —Carla miró su pulgar, ahora manchado. —Creíamos haberle encontrado, que decepción.

—Sé paciente. —Nile le dedicó una cálida sonrisa, a la vez que cerraba sus ojos. —Ya verás que todo saldrá bien.

—Lo sé, pero lo que más me molesta... —Los ojos ámbar de la mujer se clavaron en el cielo, viendo a una bandada de pájaros volar sobre ellos, probablemente emigrando al sur del país. Es que el pobre Eren no tenga ni idea. Cada vez que le veo, se me parte el alma de no poder decirle nada. —el alfa coloco una mano sobre la de la omega, en un intento de reconfortarla.

Una pequeña sombra eclipsó los débiles y escasos rayos de sol que la pareja de guardias estaba disfrutando. En invierno, el cielo casi siempre estaba adornado de cientos de nubes, y los días eran muy oscuros. Era de agradecer cuando el sol decidía asomarse, muy de vez en cuando.

—Ah, hola, Armin. —Carla esbozó una amplia sonrisa, capaz de alegrarle el día a cualquiera. —¿Cómo estás, sucede algo? —El rubio no solía acercarse a los guardias reales, era extraño que se dirigiera a ellos. Antes de la llegada del omega de ojos verdes, solía pasarse todo el tiempo solo, haciendo tareas como bordados, o encargándose de los jardines del palacio. Pero, desde que había llegado Eren, había encontrado un amigo.

—Hola, estoy bien. —Su expresión tímida, provocó que la pelinegra acentuara más su sonrisa, siempre le había enternecido ese rasgo del joven sirviente. —Venía a preguntar si han visto a su alteza, Eren necesita hablar con él, y no logro encontrarlo. —El joven omega jugueteó con la tela de su camisa, algo intranquilo.

—¿Al Rey? —Carla y Dok se miraron casi a la vez. —Pues ahora que lo dices, me pareció verlo hablar con Hange. Quizás esté en su habitación. —Respondió la mujer.

—Gracias, no lo había pensado. —Armin hizo una reverencia, y los dos guardias sonrieron, ante la peculiar forma de ser del chico. Ese omega era como un hijo para ella, aunque no tuviesen casi relación. 

El rubio se dirigió apresuradamente, hacia los aposentos de la doctora. Las huellas de sus pies en la nieve, no tardarían en desaparecer. Para Armin, caminar rápido, era una ardua tarea; cuando tenía las piernas tan cortas y poca resistencia para el trabajo físico, pero hizo su mejor esfuerzo por darse prisa. El tímido chico estaba pensando en la única persona a la que consideraba su amigo, Eren. Sabía que entre el castaño y Levi, había tanta tensión, que casi se podía cortar con un cuchillo. Le sabía mal por su nuevo amigo, pero él no podía hacer nada.

Ya habían tenido que aplazar la boda dos veces, por la condición física del omega. A Armin le daba lástima, tenía muchas ganas de asistir al evento, porque sabía que habría buena comida, música agradable y flores, muchas flores. Pero, dado el estado de Eren, intuía que la boda iba a tener que aplazarse unos pocos días más.

A la tercera va la vencida. Era lo que el chico, pensaba, e intentaba mantener una actitud positiva al respecto.

Hange había revisado la condición de Eren, y aunque el celo ya había desaparecido, gracias a los dioses, los efectos secundarios que el supresor natural había dejado en el cuerpo del omega, habían empezado a hacer acto de presencia. No eran particularmente graves, simplemente habían afectado al estado anímico del omega, que ahora estaba mucho más sensible de lo normal.

El Esposo del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora