BUCKY BARNES | "Ella, la dueña de esos ojos verdes que me observan entre sueños. Ansío que me devuelva mis memorias, porque deseo con todas mis fuerzas regresar a su lado aunque no sea capaz de recordarla".
En donde Bucky espera que las promesas qu...
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I
Una suave melodía se oía a lo lejos. Emma frunció el ceño al reconocer que su celular estaba timbrando, también gracias al sonido que las vibraciones producían en el mueble donde el aparato descansaba.
Abrió ambos ojos encontrándose con James aún dormido, abrazado a su cuerpo como si no quisiera separarse de ella. Sonrió como una tonta, pero su sonrisa se desvaneció al recordar qué día era ese.
—Mierda —exclamó y se colocó de pie con brusquedad, de paso despertando a James.
Se colocó la sudadera que encontró tirada en el piso, la cual cubría todo lo que deseaba cubrir. Tomó el celular entre sus manos y leyó.
Diez llamadas perdidas de Nat.
Veinte llamadas perdidas de Stevie.
Un mensaje de Rusten ass.
—Mierda —repitió, está vez en voz baja. Volvió a la cama y se sentó en el mullido colchón, luego dedicándole una mirada a James—. No quise despertarte —murmuró con pena—. Buenos días.
Bucky esbozó una sonrisa ligera.
—Descuida.
El celular volvió a timbrar.
—Nat, lamento no haber contestado...
—La reunión en el complejo de las Naciones Unidas es hoy, ¿irás? —la voz cortante de su amiga interrumpió sus excusas.
—Claro —aseveró Emma—. ¿Irá Steve?
—No, sigue sin estar de acuerdo.
—Ya veo —guardó silencio unos segundos y le dio una mirada de soslayo a James—. Nat, necesito preguntarte algo...
—Habla rápido. Stark está llamándome.
—¿Cómo afectan a James los Acuerdos de Sokovia?
Natasha exhaló con preocupación ante aquella interrogante.
—En este momento Barnes es nuevamente un criminal. Si llega a tener contacto con nosotros, nuestro deber es entregarlo a la ONU. Así se respetaría el acuerdo.
—Pero Steve puede...
—Steve no puede hacer nada —interrumpió Natasha con brusquedad, pero luego dejó escapar un resoplido de frustración, comprendiendo que estaba siendo muy severa; se debía al estrés que todos cargaban en ese momento—. Si hay alguien que tiene las manos atadas en esta situación, es Rogers.
—Genial... —murmuró Emma, sarcástica.
—¿Qué harás ahora?
—Tomar un vuelo a Londres. Iré al sepelio de Peggy —explicó, dándole un vistazo a la hora: 8 a.m.
