06. Miradas vacías

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Estaba afuera de la casa de Samuel, esperando a que él me abriera la puerta después de haber pasado por tantas emociones diferentes la noche anterior y de haber estado tan frustrado por la incógnita de si Samuel ya sabía mi secreto o no

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Estaba afuera de la casa de Samuel, esperando a que él me abriera la puerta después de haber pasado por tantas emociones diferentes la noche anterior y de haber estado tan frustrado por la incógnita de si Samuel ya sabía mi secreto o no. El aire a mi alrededor estaba cargado de tensión y ansiedad, mientras mi paciencia se colgaba de un hilo. Toqué el timbre de nuevo mientras sentía cómo mi cuerpo empezaba a temblar a pesar de no sentir frío. Me cuestionaba una y otra vez qué era lo que hacía parado ahí afuera, mientras algo dentro de mí sentía tanta rabia por lo que Samuel me había hecho en el evento de la escuela.

Mientras mi paciencia se agotaba con cada segundo que pasaba, mis ganas de irme querían vencerme, pero no tuve tiempo suficiente para que el arrepentimiento actuara por mí. Justo cuando estaba sumido en mis oscuros pensamientos, Samuel abrió la puerta que nos separaba. Tenía una sonrisa algo forzada; su rostro reflejaba cansancio. El sol del atardecer, ubicado detrás de mí, se reflejaba en sus ojos marrones, haciendo que mi corazón se estremeciera al ver lo hermoso que brillaban cuando el atardecer los inundaba de aquellos bellos colores.

Odiaba que mis sentimientos me traicionaran en un momento como este. A pesar de la rabia creciente en mis entrañas, seguían insistiendo en que Samuel era el chico más lindo del planeta. Siempre había sido así; es lo que sucede cuando tienes un corazón débil y tonto como el mío. Aunque sabía que las cosas no terminarían del todo bien, seguía firme y totalmente enamorado.

Después de mirarme durante unos segundos, asomó la cabeza por la puerta y echó una ojeada preocupada a ambos lados, asegurándose de que no hubiera nadie cerca de la casa. Una vez confirmado esto, movió la cabeza en señal de que entrara a su casa sin mencionar palabra alguna. Hice caso y pasé sin dudarlo. Al entrar y escuchar el cerrar de la puerta a mis espaldas, quedé congelado. En todas partes, en cada rincón de cada sitio de la casa, había más crucifijos e imágenes religiosas de las que podría contar con los dedos de las manos y los pies. Yo nunca había sido religioso, y mucho menos sabía que Samuel lo era, o al menos él nunca lo había mencionado. Ver tantas imágenes de este tipo me aterró interiormente, y una inquietud crecía dentro de mí.

La casa de Samuel era totalmente diferente a cómo la había imaginado todo este tiempo. No era una casa muy grande y por todas partes olía a madera y libros viejos; tenía muñecas despeinadas, y muchas de ellas estaban pintadas con algún tipo de marcador negro, esparcidas por todo el piso de la entrada y la sala. Por alguna extraña razón, aquel hogar lleno de muñecas tiradas y cosas religiosas me hizo sentir que no conocía ni la mitad de lo que Samuel era.

Su casa estaba extremadamente silenciosa, lo cual me hizo pensar que no había nadie en casa en ese preciso momento. Pues a juzgar por el panorama de aquel hogar, era más que evidente que Samuel no vivía solo.

Una angustia comenzó a recorrer mi cuerpo en forma de hormigueo, desde el pecho hasta los hombros, y empecé a cuestionarme qué diablos estaba haciendo dentro de la casa de Samuel cuando no había nadie más presente, nadie más que él, yo y los estúpidos sentimientos que experimentaba hacia él. Después de que Samuel cerrara la puerta, él comenzó a caminar en silencio, y yo fui detrás de él como un perro faldero que te sigue a todas partes por simple cariño. Atravesamos la sala y la cocina hasta llegar a una puerta al final de ese pequeño pasillo, la cual era la puerta de su habitación.

Si te QuEdAs conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora