17. Derian con D de 'Nadie'

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Recordaba nítidamente a mi madre, a pesar de que los años desgastaran la claridad de aquel recuerdo

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Recordaba nítidamente a mi madre, a pesar de que los años desgastaran la claridad de aquel recuerdo. Recordaba cómo sus manos cálidas me acariciaban la cabeza mientras su dulce canto entraba por mis oídos, deleitándolos con aquella melodía y haciendo que, poco a poco, aquel pequeño niño cansado durmiera feliz, añorando que el sol saliera nuevamente.

Desafortunadamente, solo conservaba dos recuerdos de mi madre: uno era cómo ella solía cantarme antes de dormir y el otro era la última vez que visité su tumba.

El segundo recuerdo era mucho más borroso que el primero, solo podía recordarme ante la tumba de mi madre, apreciando su nombre tallado en aquella piedra. Mientras mi rostro, aun con lágrimas en los ojos, besaba dulcemente aquella lápida, como si estuviera besando la mejilla de mi madre, realizando un acto de despedida al saber que no podría regresar a aquel lugar jamás.

Me daba cierta rabia no poder ser capaz de recordar más momentos a su lado, pues mi corazón añoraba poder recordarla lo más que pudiera para que ella nunca se desvaneciera de mi memoria. Pero los años no corrían a mi favor y, conforme el tiempo pasaba, solía olvidar cada vez más su rostro y, sobre todo, aquella voz tan dulce que provenía de su ser.

Bien dicen que lo primero que solemos olvidar de una persona tras su fallecimiento es la voz. Me molestaba que aquello fuera verdad, pues me resultaba hiriente para mi corazón saber que en unos años más mis dos únicos recuerdos de ella se desvanecerían de mi mente, para nunca volver. Y que la vejez sería la responsable de arrebatarme lo único que consideraba importante en esta vida.

A veces creía que era demasiado duro conmigo mismo, torturándome una y otra vez con ese mismo pensamiento. Después de todo, solo tenía cinco años cuando la vi por última vez, pero mi mente no dejaba de atormentarme con aquella idea que me sumergía en melancolía.

Nunca logré ir a la escuela a pesar de que era algo que siempre había soñado hacer. Después de la muerte de mi madre, mi padre y yo viajamos ilegalmente hasta Estados Unidos, lugar donde nos quedamos permanentemente en busca de una vida mejor. Pero la vida aquí era igual de miserable que en el lugar de donde venía.

La gente siempre nos miraba con repulsión, como si estuvieran viendo a un leopardo, aniquilar lentamente a un ciervo, arrancándole la carne poco a poco, devorándolo con gusto y satisfaciendo su hambre. Al final de todo, ambos éramos extranjeros y ninguno de los dos hablaba muy bien el idioma del nuevo país al que habíamos decidido migrar, así que comunicarse era extremadamente difícil.

Y aunque suene gracioso, no recuerdo ni una sola palabra de mi idioma natal. Es como si la muerte de mi madre y la llegada a un nuevo mundo se hubieran llevado de mí hasta el más mínimo detalle del lugar de donde provenía, como si el universo se esmerara en provocar que mi madre no fuera más que un simple sueño que alguna vez tuve.

La vida de ambos giraba en un mundo en donde teníamos que dormir en las calles, tiritando de frío y desorientados por no comer nunca; la vida había sido bastante dura hasta ese momento y pretendía seguir siendo así hasta dejarme con la soga atada al cuello, lista para ahorcarme hasta asfixiarme por completo.

Si te QuEdAs conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora