Dorian trata de sobrevivir a todos los problemas que implica ser un adolescente emocionalmente inestable, los cuales lo han llevado a parar en el hospital durante varias semanas debido a una sobredosis accidental de pastillas. Una vez casi recuperad...
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Todo se iluminó en un instante: las estrellas, la luna y la luz de la calle habían dejado de ser nuestra iluminación en aquella noche inquietante para mi alma.
Mi madre había encendido la luz exterior de nuestra casa, quitándonos toda tranquilidad a Derian y a mí. Ambos nos levantamos en cuanto la luz se encendió, temerosos de que mi madre saliera y nos enfrentáramos los tres por primera vez. El miedo me paralizó enseguida. Derian me miró fijamente, buscando en mis ojos alguna palabra, mirada o un gesto que le sugiriera marcharse enseguida, pero solo vio reflejado en mis ojos el miedo profundo que sentía al saber que mi madre saldría en cualquier momento.
Como si se tratara de una película de terror, de esas en las que miras la pantalla fijamente, sintiendo que la intriga te consume las entrañas poco a poco; la puerta de la entrada se abrió, iluminando aún más nuestros rostros temerosos con la luz del pasillo. De ella salió mi madre, ya con el pijama puesto. Nos miró unos cuantos segundos con cierta desaprobación al percatar los golpes que Derian tenía en todo el rostro, junto con su ojo aún morado, y sin olvidar observar el moretón tan notable en la piel de mi brazo. Esto la hizo mirarme molesta, como si fuera mi culpa, que ambos estuviéramos lesionados, sin importarle que mi corazón estaba más lastimado que mi piel.
—¿Podrías entrar a la casa de una vez por todas? —mencionó mi madre con un tono serio.
Intercambié una mirada preocupada con Derian, quien me devolvió una igualmente preocupada, diciéndome que sabía perfectamente lo que pasaría si entraba a la casa con ese moretón tan visible en mi brazo. Pero, aun así, entendía que tenía que entrar, porque no podía dormir en la calle, y menos cuando sentía el alma partida en dos.
—Nos vemos luego, D. —Derian levantó la mano derecha y la sacudió lentamente, reflejando su latente preocupación, para despedirse de mí.
Asentí con el miedo en la garganta y procedí a entrar a la casa. Me dirigí con rapidez a las escaleras para evitar todo tipo de preguntas, pero un tirón del brazo me jaló con brusquedad hacia atrás, haciéndome perder el equilibrio en el primer escalón y caer sin que nadie pudiera salvarme del golpe. Una vez en el piso, pude ver los pies de mi madre frente a mí y, al alzar la mirada, ella me miraba con indiferencia, como si no le importara en absoluto que yo estuviera en el suelo tras haberme tirado a propósito.
—¿Qué carajos te sucede a ti? —expresé molesto al saber que lo había hecho a propósito.
—¡No te atrevas a hablarme así! —dijo, mientras me señalaba con el dedo índice—. Soy tu madre.
Podía escuchar los pequeños pasos de Jasper acercándose al pasillo, temeroso de observar lo que estaba pasando.
—¿Mi madre? —chiste de molestia—. Querrás decir madre de Jasper, porque mi madre no eres ni un carajo.
Ella me tomó nuevamente del brazo y me sacudió bruscamente hacia adelante y hacia atrás, como si quisiera romper mi cordura con tal acción.
Era increíble su destreza para descubrir cuándo estaba más jodido emocionalmente. Cada vez que estaba hecho pedazos, ella se empeñaba en ser siempre quien más me dañara, como si de una competencia se tratara.