19. 6:15 am

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La música era ensordecedora, sonaba tan alto que se colaba en la habitación, aun con la puerta cerrada con seguro; el estruendo me despertó de aquel sueño medianamente ligero en el que me encontraba

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La música era ensordecedora, sonaba tan alto que se colaba en la habitación, aun con la puerta cerrada con seguro; el estruendo me despertó de aquel sueño medianamente ligero en el que me encontraba. Aún estaba ebrio, sentía que las cosas me daban vueltas y la sensación de que vomitaría en cualquier momento me hizo despegar la cabeza de la almohada.

Me froté la cara con brusquedad, intentando apaciguar mis náuseas por unos minutos, y cuando mi estómago dejó de sentirse burbujeante, pude mirar mi cuerpo. Estaba semidesnudo, la sábana de la cama se pegaba a toda mi piel descubierta al no llevar la camisa puesta. Me giré enseguida, ya que lo último que recordaba de la noche era que estaba discutiendo con Dorian en esa misma habitación. Me giré lentamente con miedo de encontrarlo al lado mío y que la culpa por pecar me comiera vivo. Había alguien acostado a mi lado, pero me daba la espalda y no podía verle bien el rostro, ya que estaba casi cubierto por completo con aquella sábana. Acerqué mi mano temblorosa y quité cuidadosamente la sábana de su cara, sintiendo que el aire se me iba de los pulmones. Pero cuando descubrí a esa persona, me sentí algo desilusionado al ver a una chica totalmente desconocida durmiendo a mi lado; no recordaba ni su nombre ni lo que habíamos hecho en ese lugar.

Me levanté aún tambaleante por el alcohol en mi cuerpo y empecé a vestirme nuevamente, tratando de recordar qué era lo que había pasado. Seguramente mi plática con Dorian había terminado como las últimas mil que habíamos tenido desde que mis padres me habían permitido salir de casa, con la condición de no volver a encontrarme con él. Bajé las escaleras y revisé la fiesta, deseando encontrar a Dorian en cualquiera de los sillones de la casa, sentado con una cara larga y con ganas de irse a casa, pero no lo hallé. Suponía que ya se había marchado hacía mucho, ya que el reloj marcaba que eran las cuatro de la mañana y él odiaba desvelarse por estas cosas. En cambio, encontré aún a varias personas bailando, entre ellas Arlen. Lucía bastante borracha, tanto que parecía que sus piernas se doblarían en cualquier momento y caería al piso al no poder mantenerse de pie. Me acerqué a ella, aún buscando con la mirada a Dorian en los alrededores.

—¿Estás bien?

Arlen parecía no hacerme caso; la música fuerte tampoco ayudaba a que ella lograra escucharme. Solo sonreía y bailaba; jamás la había visto tan ebria y fuera de sí.

—¡Arlen! —Coloqué mi mano sobre su hombro, haciéndole saber que me encontraba detrás de ella. Ella se giró y me miró con una dulce sonrisa; por un momento, parecía que había dejado de ser la chica ruda que siempre era—. Ya me tengo que ir a casa, es tarde.

—¡Quédate otro rato, aún no acaba la fiesta! —respondió entre palabras arrastradas, difíciles de entender.

—Son las cuatro de la mañana, tengo que irme.

Su mirada estaba perdida en el horizonte, ni siquiera podía verme a los ojos. Se giró nuevamente, ignorando lo que le había dicho hace un instante, y siguió bailando. Yo me di la media vuelta y me dirigí a casa, aún con la confusión y el alcohol bien metidos en mi cuerpo.

Si te QuEdAs conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora