Capítulo 2

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Horas más tarde iba en el bus de vuelta. Para completar su mala suerte al llegar al terminal se encontró con la sorpresa de que los boletos a la ciudad estaban agotados y tuvo que esperar unas horas un bus con asientos disponibles. Sería de noche cuando llegara a casa.

Rogaba que hoy fuera uno de esos días en que su padre no volvía a casa después del trabajo, así podría llegar a desempacar su bolso y pretender que nada de esto había sucedido. Tendría que inventar una excusa por haber tenido su teléfono apagado por tantas horas. Días atrás le había dicho a su padre que iría a comprar libros después de la escuela, así la empleada de la casa no se extrañaría al no verlo regresar. Ese día no había asistido a clases y esperaba que nadie de la escuela hubiese llamado preguntando la razón. Si tenía la mala fortuna de llegar y encontrar a su padre en casa tendría muchos problemas, había visto a su padre perder los estribos por mucho menos y eso lo tenía tan preocupado que se mordió las uñas durante todo el camino.

Eran más de las doce de la noche cuando llegó a la recepción del edificio. Entró en el ascensor y vio su reflejo con ojos hinchados en el espejo de la pared, había llorado durante todo el viaje con el rostro escondido bajo la capucha de su polerón y así evitar llamar la atención de otros pasajeros.

Al llegar a su piso sacó las llaves y abrió la puerta, las luces estaban apagadas, tal vez su padre no había llegado después de todo.

Encendió la luz y al avanzar por la entrada sintió olor a tabaco en el aire. Su padre sí estaba en casa y lo estaba esperando.

Sintió deseos de abrir la puerta y salir corriendo, pero tarde o temprano tendría que enfrentarlo. Se conocía bien, no podría pasar más de una noche en la calle.

—¿Dónde estabas? —Escuchó su voz grave viniendo de la sala. Henry avanzó por el pasillo lentamente, sentía que sus piernas eran de concreto. Se detuvo ante la puerta y su padre encendió la lámpara para que pudiera verlo, estaba sentado en su sofá con su expresión dura y un cigarro en la mano—. ¿Y ese bolso? —preguntó inquisitivo.

Henry pensó en inventar algo, pero no se le ocurría nada. Estaba completamente paralizado.

—Revisé tu habitación, te llevaste tus documentos. ¿A dónde pensabas ir? Eres menor de edad, no eres tan imbécil como para no saber que no puedes viajar muy lejos sin mi autorización —infirió con rudeza—, ¿Piensas responderme?

Mientras hablaba apagó el cigarro en el cenicero junto a la lámpara y se puso de pie para acercarse a Henry. Su padre era alto y fornido, y aunque una incipiente calva ponía en evidencia que estaba envejeciendo, seguía siendo intimidante.

Henry sabía que debía decir algo para ayudarse, y tenía que hacerlo ya, pero estaba en blanco.

—¿Has estado en contacto con tu madre? —preguntó con suspicacia.

—No. —No pudo evitar dirigir la mirada hacia sus pies, claramente no sabía mentir.

—Sabes que me llegan todos los movimientos de tu tarjeta, ¿cierto? —Su padre ya estaba encima de él y con una mano lo agarró de la mandíbula con fuerza y lo obligó a mirarlo—. ¿Cómo conseguiste su dirección?

Henry sabía que ya no podía mentir, había cometido el error de comprar los pasajes con la tarjeta de crédito. Su padre lo tenía contra la pared y sabía que recibiría una golpiza.

—Dime cómo te contactó esa puta, voy a hacer que se arrepienta —le exigió apremiante, presionándolo con su mano contra la pared.

—Ella no me contactó, fui por mi cuenta, ni si quiera me quiso recibir —respondió Henry asustado, su cuerpo temblaba incontrolablemente. Al escuchar eso su padre se detuvo, lo quedó mirando y comenzó a reír con malicia.

—¿Te echó? —preguntó riéndose con burla—. ¿Y tú creíste que de pronto sería tu mamita? —Lo soltó y caminó de vuelta a su sofá lentamente, disfrutando el momento—. Ella te dejó para hacer su patética vida ¿Por qué pensaste que te acogería? Eres tan estúpido.

Henry estaba demasiado humillado, el maldito tenía razón, estaba diciendo la pura verdad. Se quedó apoyado contra la pared, justo como lo había dejado César, con la mirada fija en el suelo donde estaba su bolso.

—Espero que este viaje te haya servido de lección —dijo sentándose en su sofá. Lo que le contó Henry le causó tanta gracia que parecía haber perdido el interés en golpearlo—. Mañana tienes clases, ve a acostarte. Y estás castigado, déjame tu teléfono y la tarjeta de crédito.

Sólo un sádico como su padre podía pensar en la escuela después de una situación así. Henry dejó sus cosas sobre la mesa, recogió su bolso y caminó hacia su habitación. A sus espaldas escuchó a su padre murmurar algo con burla mientras encendía otro cigarro.

Desde ese día tuvo prohibida cualquier tipo de salida. Por las mañanas César lo llevaba a la escuela y para Henry ese fue el peor castigo, ya que debía oírlo durante veinte minutos de tránsito lento que su padre aprovechaba muy bien recriminándole que por su culpa llegaría tarde a la oficina.

Al terminar las clases le enviaba un vehículo que lo llevaba directo a casa, donde debía pasar la tarde estudiando hasta que él llegara del trabajo y se sentaran a cenar.

Si necesitaba algo debía decírselo a su padre, y él pasaría a comprarlo después del trabajo o esperarían al fin de semana para ir juntos.

César ya ni siquiera pasaba noches fuera con tal de vigilarlo, por lo que los pocos momentos de tranquilidad que había tenido en el pasado se habían esfumado. Solo le quedaba esperar que su padre olvidara pronto su falta.

ResilienciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora