Capítulo 4

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A un mes de la boda las cosas de la casa estaban casi todas empacadas. Cada vez que Henry volvía de la escuela veía en la sala las pilas de cajas selladas que contenían su vida. Eran un constante recordatorio de lo poco que faltaba para que lo arrancaran de su hábitat y lo llevaran al infierno que había armado su padre con su nueva familia.

Después de la ceremonia se mudarían a los suburbios con la nueva esposa de su padre y su hija. César había comprado una gran casa, que Henry aún no conocía, y parecía ansioso por mudarse allí. El departamento ya había sido puesto en venta con lo que quedaba claro que no tenía intenciones de volver.

A Henry lo angustiaba dejar su hogar. Había crecido allí y no era sencillo asimilar que no volvería a caminar por aquellas habitaciones. Hubo un tiempo, hace muchos años cuando era pequeño, en que había sido feliz allí.

El traslado a la nueva escuela también estaba listo, Henry había sido matriculado en una sucursal de la escuela donde estudió su padre de joven, donde el nivel de exigencia académica era muy alto. En una de las cajas con sus pertenencias empacadas esperando la mudanza, se encontraba su nuevo uniforme, doblado y envuelto en papel.

El día de la boda de su padre marcaría un nuevo comienzo y dudaba que fuera uno bueno.

César había organizado una cena familiar. En la noche pasaría por Henry para llevarlo a conocer a Marlene, su futura esposa, y a su hija Ágatha, a quienes no había sentido la necesidad de presentarle antes ni las había mencionado hasta hace unos meses, cuando creyó que ya era momento de informar a su hijo que se casaría otra vez. Faltaba tan poco para la boda que para Henry hubiera sido igual conocerlas el mismo día de la ceremonia, de todos modos no estaba en condiciones de negarse.

Hasta ahora lo único que sabía era lo que le había contado su padre cuando le dio la noticia.

Marlene era madre soltera y se había divorciado hace unos años del padre de su hija. Eso era todo. Aunque le bastaba para pensar que probablemente esa mujer estaba con su padre por interés. No le conocía a César otras virtudes.

Henry se preparó para la cena. Se peinó, se puso un pantalón negro, una camisa oscura y una chaqueta casual. No sería necesario usar traje como cuando debía acompañar a su padre a fiestas con los socios. Aun así debía escoger con cuidado su vestimenta, no tenía intenciones de hacer enojar a su padre y para evitar problemas debería dar una buena impresión en la cena.

César había quedado de pasar por él a las ocho y muy puntual, como era su costumbre, lo llamó por teléfono para que bajara a encontrarlo al estacionamiento. Antes de que Henry se abrochara el cinturón de seguridad echó a andar el vehículo hacia el restaurante.

Él tenía la esperanza de que su padre estuviera de buen humor debido a la ocasión, pero apenas subió al auto comenzaron las críticas.

«¿Por qué tardaste tanto? Te dije que venía en camino.»

«Podrías haberte peinado bien, te vas a cortar el cabello antes de la boda. Si tu abuela te ve así será a mí a quien critique.»

«Espero que no digas ninguna estupidez durante la cena, quiero que te limites a responder sí y no.»

«Estoy seguro que encontrarás la forma de avergonzarme, pero ya sabes lo que te espera si lo haces.»

Henry estaba acostumbrado a que su padre actuara así, aunque no por eso dejaba de molestarle. Fijó su vista en el paisaje fuera de su ventana fingiendo oír todo lo que decía su padre.

Generalmente César no se preocupaba de comprobar si Henry lo estaba oyendo realmente. Se conformaba con no ser interrumpido durante su discurso. A veces entre frase y frase esperaba un momento para que Henry asintiera afirmando que había comprendido y luego retomaba, pero ahora que César conducía atento al camino no se molestaría en verificar si era escuchado.

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