XII

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Anne paseaba con su hijo en brazos y una criada a su lado lista para ayudarla en cuanto lo requiriera. Anne esperaba a la madre de su esposo, hoy llegaría y el hijo la había ido a recibir al puerto. ¿Cómo sería la madre? No sabía nada de ella y Adrián solo le había dicho que era "seria". El bebé se inquietó en sus brazos y Anne volvió dentro de la casa para recostarlo en su cuna, la criada le abrió la puerta de la habitación y le alcanzó una manta tibia para el niño.

— Gracias— susurró Anne y acostó a su hijo en la cuna— ¿verdad que es lindo?

— Mucho, mi señora— respondió la criada muy convencida.

— Creo que ya llegaron— dijo Anne escuchando un ruido de caballos—. Estoy nerviosa ¿se me nota?— alisó su vestido por un caso y miró al espejo de la habitación.

— No, mi Señora, se ve muy bien como siempre— respondió la criada que lo creía en verdad. Juntas bajaron a recibir a la visita.

La madre de su esposo tenía porte elegante, estaba delgada, pero elegante, su vestido era finísimo y su piel demasiado clara, tendría unos cuarenta y tantos años y las canas adornaban su bien sujeto pelo, sus ojos fríos como una noche helada anunciaban que jamás reía y su rostro no hacía más que confirmarlo; todo en ella recordó a Anne la primera impresión que tuvo cuando acababa de conocer a su esposo.

— Todo aquí parece estar en orden, mi querido hijo— apreció la señora con voz firme, había estudiado la casa de la misma forma en que Adrián lo hacía con Anne— el mayordomo hace un buen trabajo.

— El crédito le pertenece a mi esposa también— agregó Adrián adoptando el mismo carácter de su madre, Anne estaba acostumbrada a que actúe así cuando estaban en la "alta sociedad" lo que era un alivio pues toda mirada caía en el carácter fuerte de él y no en la nerviosa de ella; pero hoy se sentía más inquieta— allá está ella, te agradará— dijo al notarla y movió sus dedos discretamente para que Anne se acercara.

Anne avanzó mecánicamente a donde ellos estaban, todos los empleados estaban quietos en una sola fila, como cuando la despidieron los de la Casa Fría, y con la cabeza baja en señal de respeto, el mayordomo era el único que estaba bien erguido como correspondía a su cargo. Anne pasó delante de todos ellos y se acercó a la madre conteniendo el aliento, la saludó con todo respeto.

— Parece agradable— sentenció la señora clavando sus ojos fríos en Anne—, tal vez logres que perdone a mi único hijo— resaltó las dos últimas palabras— por haberse casado sin habérmelo avisado antes— y subió por las gradas sin invitación, a medio camino dijo volviéndose a Anne—. Tenemos toda una semana para conocernos, querida — y no le sonrió en ningún momento.

"Me odia" fue la conclusión a la que llegó Anne causada por la primera impresión y los encuentros siguientes no hicieron más que alimentar la sospecha.

La madre era la persona más fría que Anne había conocido hasta hoy, y daba la impresión que cada palabra suya era bien medida antes de decirla, no toleraba risas ni sonrisas porque no estaban a la altura de su alta clase social y sus ojos parecían desaprobar cada acción de su nuera. Cuando se sentaban a la mesa el ambiente se tornaba frío y jamás había un tema del que hablar allí.

Cuando Anne se quedaba sola, prefería comer en su habitación porque el extenso comedor estaba vacío exceptuando por el mayordomo que esperaba cualquier orden desde un rincón, cuando Adrián estaba presente comían en el comedor hablando de algo o al menos era ella la que hablaba y él la escuchaba dependiendo de su humor; pero ahora no, Anne sentía que hasta su corazón latía demasiado fuerte porque la señora la miraba cada tanto.

Anne se sentía muy torpe, mucho las que sus primeros días de casada, andaba nerviosa y casi no pasaba el rato con su hijo porque sentía que a la señora eso también le disgustaba; las criadas la atendían como siempre, pero la señora era la mayor prioridad, cosa que no molestaba a Anne, pero si lo notaba. La señora también daba pequeñas indirectas de cómo tendría que estar aquel lugar y miraba constantemente a Anne como si la siguiera evaluando; y solo era el primer día.

El segundo día hubo un hecho que hizo que Anne decidiera que la señora no le agradaba en absoluto.

— ¿Por qué eres tú la que amamanta al niño?— le dijo al ver a Anne en la habitación del pequeño— ¿y dónde están las criadas que se supone deberían atenderlo?

El tema que seguía siendo delicado para Anne era el amamantar a su hijo, ése era su derecho y decisión al igual que el de su hijo ¿por qué se le tenía que increpar por ello? además gustaba de cuidarlo y atenderlo, y las criadas eran lo bañaban, arreglaban la cuna y limpiaban la habitación, pero a ella le gustaba estar presente en el día a día de su bebé ¿eso era malo?

— Me gusta estar con él— respondió tímidamente.

— No puedes estar con mi nieto toda la vida— refutó la señora con indiferencia, Anne se dijo que no debía contestarle y se tragó sus palabras, la señora se dirigió a la puerta—. Qué más da— dijo antes de salir— aprovecha tu tiempo con él, cuando tenga diez meses me lo llevaré.

Y Anne se quedó de piedra ¿Qué había dicho?— perdone señora...

— Tal como lo oíste— dijo fríamente— seré yo quien lo cuide, eduque y, en un futuro, busque la esposa adecuada para él— resaltó sus palabras—. No te sorprendas por lo que digo, tu esposo ya lo sabe, además ustedes podrán tener otros hijos— y la dejó sola.


Anne esperó a su esposo con desesperación, estaba alterada y no podía calmarse, lo vio regresando de la ciudad y se puso más nerviosa, la pesadilla estaba volviendo...

— Adrián— saltó a él en cuanto estuvo con ella en la habitación, él no reaccionó, Anne lo miró implorando como aquella vez— tu madre se llevará a nuestro hijo, no lo permitirás ¿verdad?— y en sus ojos lo vio muy claro: aquella pesadilla se materializaba otra vez.

— Así que te lo dijo— respondió y Anne sintió su mundo venirse abajo, no podía creerlo, no podía ser verdad y no podía decir ni una palabra porque un nudo se había hecho en su garganta—. Anne— "tendremos más hijos", "estás muy apegada al niño", "ella está sola" eso era lo que estaba por decirle, ella ya podía escucharlo— mi madre es alguien especial, date una oportunidad para conocerla, tienes seis días para eso— y le acarició el rostro— y seis días para hacerla cambiar de opinión, pero— Anne veía esperanza en su camino— no quiero que discutas con ella, no quiero yo discutir con ella y no quiero que tú y yo discutamos por ella.

— Lo prometo— aceptó Anne sin rodeos— no discutiré— el alma le regresó al cuerpo como una dulce luz.

— Eso me gusta— susurró él acercándose al rostro de ella—, recuerda que yo no estaré tres días, más me entero de todo lo que ocurre en esta casa, haz tu mejor esfuerzo— miró el delicado rostro que tenía en frente— y si no lo logras... de todos modos no dejaré que se lo lleve— Anne sonrió— pero que sea nuestro último recurso ¿te parece?— ella asintió y se dejó besar por él.

La Princesa Errante Encontró Un HogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora