XV

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El barco la alejaba cada vez más de su hogar, el mar empujaba al barco apurando su marcha, el puerto se veía más y más pequeño, y hasta el sol que siempre había sido su amigo hoy se había escondido de ella. Anne soltó un largo suspiro y alzó la mano por si alguien en el puerto todavía la podía ver.

— Mi señora, no permanezca aquí, se puede marear— la señora Denis se acercó a Anne con preocupación— vayamos a su camarote, está muy bonito— y la separó del borde del barco aumentando su aflicción.

Anne caminó mecánicamente hasta donde la señora Denis la llevó, dejó que la buena señora le muestre cada rincón del extenso camarote destinado solo para ella y para no preocuparla más, asentía cada vez que la otra callaba.

— Quédese aquí que yo le traigo una deliciosa infusión que la ayudará a calmarse— dijo la señora Denis siempre confiada en sus infusiones, salió no sin antes percatarse que su señora se quede donde la sentó.

Nuevo suspiro, Anne estaba triste, sabía que no debía estarlo, pero no podía hacer nada para evitarlo "por tu seguridad" fueron las palabras que iniciaron su tristeza "todo estará bien, te lo prometo" y la dejó sola y sin mirar atrás, otra vez.

¿Cómo era que había pasado?

Todo comenzó con la visita a casa de la señora Madeleine, debían de ir, era su cumpleaños y la señora había empeorado desde hacía unas semanas, aprovecharían la visita para cerciorarse de su estado de salud.

Esta vez Anne estaba segura que se encontraría con el hombre ése, era muy probable, no se había topado con él por años y tarde o temprano se encontrarían.

— Tranquilízate, no te pasará nada malo— dijo Adrián antes que el carruaje se detuviera y Anne respiró hondo y se dio valor para continuar.

Fueron recibidos por el mayordomo de la casa, Anne ya lo había conocido así como había conocido la mansión, las puertas del salón estaban abiertas de par en par y todo el que entraba estaba vestido de fiesta.

No fueron los primeros en llegar, ni tampoco los últimos. Anne saludó a todo aquel que su esposo le señalaba sin perder la cortesía bajo ninguna circunstancia, estaba acostumbrada a estas fiestas y conocía a muchos de los invitados, pero estos eventos no terminaban de gustarle.

Los invitados estaban vestidos con sus mejores galas haciendo honor al título que tenían, derrochaban elegancia y altanería a cada paso que daban. Algunas mujeres jóvenes venían con sus damas de compañía y se movían con toda la gracia que podían para demostrar sus buenas costumbres y que eran aptas a convertirse en grandes señoras, los elegantes jóvenes, acompañados de sus pajes, no perdían de vista cada uno de los movimientos de ellas, les sonreían cuando ellas los miraban y se erguían más demostrar su clase. Anne había aprendido a no reírse hace mucho de esa situación.

Tomada del brazo su esposo, Anne fue a darle el saludo a la anfitriona que estaba sentada en el centro del salón. Elegante como siempre, no había dudas que la señora era la mejor vestida de entre las mujeres de su edad e incluso de entre algunas más jóvenes, ataviada con final prendas y adornada con bellas joyas, atraía las miradas de cualquiera que pasara frente a ella. Adrián la saludó primero y luego Anne, la señora les devolvió el saludó y les dio permiso de unirse a la celebración.

Una pieza, luego otra y una más, Anne bailó primero con Adrián y luego con los únicos hombres que tuvieron el valor de acercarse, aunque eran muchos más los que lo deseaban no se les ocurría pedir nada por respeto y miedo al esposo de Anne, pero Anne no le tenía miedo, ya lo conocía y tras esa imagen fría había alguien que la amaba y confiaba en ella. Cuando terminó la pieza, Anne se separó de su pareja con cortesía y esperó a que su esposo volviera con ella.

La Princesa Errante Encontró Un HogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora