El largo viaje terminaría pronto y la familia estaría reunida otra vez.
Esos largos viajes no eran del agrado de Anne. No era que desconfiase de su esposo, al contrario, tenía plena confianza que Adrián deseaba estar con su familia tanto como ella tenerlo en casa. El que estuviera lejos era lo que la incomodaba "pierde valiosos momentos con sus hijos y conmigo" decía cuando la pena la embargaba, pero se animaba rápidamente porque cada día que terminaba era un día menos de espera. Anne suspiró.
Los niños estaban en su tiempo libre. Tanto el mayor como el segundo llevaban las estrictas lecciones que el profesor les daba, en un par de años la niña también comenzaría las lecciones, pero las suyas serían diferentes, ella aprendería danza, piano e incluso costura y bordado, "es importante" decía la señora Denis con toda disposición de enseñarle.
A Anne le gustaba sus hijos, eran una alegría verlos crecer, tan vivos, tan juguetones, tan parlanchines y esto último era tanto así que el más pequeño se desvivía por aprender a hablar y ser parte de las aventuras de sus hermanos.
— Este niño es precoz— dijo la Nana yendo a ayudarle en la caminata, otra actividad en la que él pequeño ponía todo su esfuerzo—, ni un año y ya quiere correr.
— No quiere quedarse atrás— dijo la señora Denis.
— Si mi pequeño Ángel estuviera, jugaría con él y no tendría por qué apresurarse— respondió la madre de los cuatro niños sin quitar la vista de los pequeños. Las dos mujeres la miraron, ambas sabían que a la joven madre seguía doliéndole esa herida, pero podían notar también que cada vez cicatrizaba mejor.
El mayordomo vino a interrumpirlas anunciando la llegada del "querido amigo de su esposo", Anne arrugó el ceño, pero dijo en tono muy tranquilo que esperara en la sala.
— No me gusta nada las visitas de este Conde— dijo la señora Denis cuando Anne se levantó para ir a recibirlo.
Anne la miró divertida— y qué puedo hacer, no le puedo decir que no venga, eso sería muy descortés de mi parte; a mí tampoco me agrada, pero los niños le tienen cariño.
— No lo decía por eso, mi señora— murmuró la señora Denis sabiendo que su señora, que bajaba por las gradas, ya no podía oírla, pero la Nana sí la oyó con claridad, por lo que dijo:
— A qué se refiere, entonces— y levantó las cejas un poco.
— Sé que mi ojo está viejo— respondió la señora Denis— y que muchas cosas se me pasaron por alto. Una ya no es joven y el talento se va durmiendo, pero créame cuando digo que ese hombre viene por más que solo llevar noticias al señor de la casa y llevarse bien con los niños.
— Los hombres son ajenos al chisme— la Nana dio poca importancia a las palabras de la otra mujer.
— No querida, tampoco me refiero a eso— y se quedó en silencio guardando sus pensamientos solo para ella.
Los niños, ahora en el gran patio destinado exclusivamente a sus juegos, perseguían a la joven labrador que escapaba con regocijo de las tretas de sus jóvenes amos, el más pequeño saltaba en su lugar explotando de felicidad cuando sus hermanos mayores lograban alcanzar al can y ésta los botaba con delicadeza sobre el pasto.
— Tus hijos se ven muy bien en compañía del animal— dijo el amigo, Julian, a Anne desde el largo banco donde observaban a los pequeños juguetones. La Nana, atenta, estaba parada a un lado del patio y sonreía de las travesuras de los niños, otras tres empleadas también estaban atentas a los pequeños. La señora Denis se había sentado a un lado del banco, a un metro del buen amigo, miraba a los niños jugar, pero no se perdía ni una palabra de la conversación.
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La Princesa Errante Encontró Un Hogar
Ficción históricaTras tener una llegada trágica al mundo, una bella joven solo conoce la vida errante; por familia tiene a su madre; y lo que más desea es dejar de tanto caminar, encontrar un hogar estable, y sobretodo hallar la felicidad. Cuando un aristócrata se f...