¿Ella habría cambiado? No, ella era la misma joven que conoció aquel día en la ciudad, solo que sin miedo encima, con sus caderas que se movían en un vaivén encantador y esos labios que le pedían ser besados y que fue lo más le llamó la atención en ella.
El paso de los muchos días juntos hicieron que Adrián descubriera más de Anne, su piel, el aroma de su pelo, sus manos...
Anne se levantó y se vistió, debía ir donde su hijo mayor y ver que estuviera listo para su primera lección del día. Adrián la vio vestirse y cubrir el bello cuerpo que solo dejaba a él ver, se peinó como siempre con su mano izquierda, aplicó un poco de color a sus mejillas, no mucho, él sabía que a ella no le gustaba, y al final un suave color a sus labios despintados por los besos. Terminó su tarea y extendió los brazos hacia él esperando un halago de su parte.
— Te ves hermosa— la complació Adrián, ella sonrió contenta y se dirigió a la puerta—, yo bajo luego— Anne salió y cerró la puerta con suavidad, él estando solo se tumbó en las almohadas y se quedó en silencio un rato más, disfrutando del aroma dejado por ella. Y pidió Al Cielo que no se la quite, que la deje con él por mucho más tiempo.
Las fiestas y celebraciones de alta sociedad era eventos que a Anne no le gustaban y Adrián lo sabía, pero aun así debía ir juntos.
El lado egoísta de Adrián, al que cada vez hacía menos caso, le decía que no la lleve, que muchos la verían y que codiciarían su belleza como él lo hizo una vez; su lado orgulloso, al que no debía hacer caso e involuntariamente sí lo hacía, le decía que la lleve para que todos vieran lo hermosa e inalcanzable que era; y la mente y el corazón no decían nada, solo disfrutaban del tiempo con ella, y si ella estaba un poco lejos, corazón y mente estaban tranquilos sabiendo que ella no miraría a nadie más que a él.
Pero de lo que no había duda era que Anne era la más hermosa de todas las mujeres que asistían a esas reuniones, y que su presencia destacaba aún sin hablar.
El mundo, según el punto de vista de Adrián, estaba compuesto de miles de personas distintas entre sí y con algo que lo hacía valer a cada uno más que los demás; algunas personas incluso tenían más talentos que otros, y otros explotaban las pocas que tenían al máximo; algunos se volvían figuras de admirar, sea por algo bueno o malo; y otros se encerraban lejos del mundo; habían también personas a quienes todo lo que hicieran les salía bien sin importar si tuvieran el talento o no, y otros nacían en cunas de oro, como él; y también habían los que nacían en completa desgracia, como si fueran un despojo del mundo, mas era a ellos a quienes la vida les regalaba dones especiales, una carta oculta para que no estuvieran tan solos en el mundo. Anne era parte de estos últimos.
Anne era una mujer bella y parecía que el cielo hubiera puesto especial cuidado en hacerla tanto en el lado físico como el inmaterial: su alma. Delicadeza por allí, belleza por allá y alegría a más no poder.
Anne había nacido en la calle. La calle había hecho fuerte a Anne, la madre de ella había moldeado su carácter y la protección se la dio El Cielo para que pudiera afrontar el cruel mundo, porque si no hubiera sido así, entonces cómo se explicaba que ella haya salido exenta a las distintas perversidades que la rodearon.
Para empezar, nadie, antes del despreciable Conde, la había hostigado sin descanso y sido capaz de llegar a tanto como éste había estado por intentar. Anne tampoco había sido víctima de forcejeo ni de ninguna otra barbarie cometida por un hombre o mujer, sino que había eludido exitosamente a todos sin haberse visto mancillada.
No podía haber otra explicación, El Cielo la había protegido por parecerle suficiente pena dejarla nacer sin hogar.
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La Princesa Errante Encontró Un Hogar
Ficção HistóricaTras tener una llegada trágica al mundo, una bella joven solo conoce la vida errante; por familia tiene a su madre; y lo que más desea es dejar de tanto caminar, encontrar un hogar estable, y sobretodo hallar la felicidad. Cuando un aristócrata se f...