VI

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— Pero ¿qué se habrá creído? verdad mi señora— había pasado tres semanas y la señora Denis seguía indignada— y viniendo con tal desfachatez a contarnos toda una historia.

Anne solo podía reír ante su indignación, comenzaba a disfrutar de sus baños perfumados, era su momento de relajo, pero su vida en la Fría Casa seguía sin gustarle. Había noches que soñaba con su madre de la que no sabía nada, y por varias mañanas caminaba hasta alcanzar a la que regresaba de hacer las compras y que venía de la ciudad, la abordaba y le preguntaba por las personas con las que se había cruzado, tenía tantas ganas de obtener una respuesta de las sirvientas, pero ninguna hablaba más que "lo lamento mi señora, no me fijé".

¿Por qué nadie se fijaba? Una y otra vez obtenía la misma escueta respuesta y regresaba a la fría habitación a hundirse en su angustia. Por las tardes repasaba las lecciones antes que llegue el severo profesor que no aceptaba un aprendizaje a medias y por las noches nuevamente a su habitación a repasar, y antes de dormir a mirar con anhelo por la ventana hasta que la señora Denis, que ya sabía lo que hacía, le pedía que se metiera en la cama, luego regresaba con la caneca con agua caliente que por las mañanas ya no estaba. Por eso era que disfrutaba su baño perfumado, porque estaba sola y era libre de angustiarse cuanto quisiera, solo que a veces olvidaba el tiempo y la señora Denis entraba para fijarse que no se había dormido.

Esa mañana en el desayuno, la señora Denis le trajo un mensaje— su señor esposo dice que regresa mañana.

— Oh, gracias— respondió Anne sin ánimo, una preocupación más, no estaba embarazada, su ciclo le había venido con normalidad.

— Está tan decaída, mi señora, le prepararé algo especial— dijo animándola— ya verá que para mañana despertará con alegría para recibir a su señor esposo— y se fue.

Nadie lo sabía, ni aun la señora Denis, Anne no estaba triste por la ausencia del esposo al que apenas conocía, sino por su madre, las quince personas de la casa, sí los había contado, creían que "la señora está decaída por la ausencia de su señor esposo", suspiró con pena.

La señora Denis la engrió todo ese día, vestido nuevo mandado desde otra ciudad, cremas y perfumes para su cuerpo, postres y frutas deliciosas, hasta le hablaba como si fuera su madre, pero no lo era,Anne solo fingió estar contenta para no herir los sentimientos de la buena mujer que le dijo al final— le dije que le haría alegrar— Anne le respondió con una sonrisa fingida— ¿Qué quiere que preparemos para su señor esposo?

¿Qué que quería? no tenía idea— ¿A qué hora estará?

— Si no tiene contratiempos, vendrá antes del almuerzo, estará ansiosa por su llegada, estoy segura— se retiró satisfecha.

— Señora Denis— la llamó.

— Dígame, mi señora.

— Prepare lo mejor que crea conveniente, yo desconozco mucho todavía— dijo.

La señora sonrió contenta— le diré que todo lo planeó usted, mi señora— y se fue aún más satisfecha.

Anne miró por la ventana como siempre, esta tarde no repasaría porque el profesor estaba enfermo y no vendría por toda una semana.

Pero Anne no podía negar que sí se sentía más alegre, y no por la llegada del señor esposo sino por las noticias que le traería de su madre ¡Cómo la extrañaba! Se limpió las lágrimas para no afligir otra vez a la buena señora Denis, y sonrió con esperanza.

Aquella noche soñó con su madre, estaban juntas nuevamente y no había ningún motivo para separarse.

Por la mañana Anne hizo lo que todos los sirvientes esperaban: mirar por el camino y esperar con ansias el retorno del esposo; los que estaban fuera sonreían satisfechos y las de dentro, muy conmovidas, sentían empatía por la señora, y entre todos decidieron que la querían más.

La Princesa Errante Encontró Un HogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora