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¡Qué gran diferencia había en estar sentada con uno y con otro!

Los niños volvían a jugar en el patio de juegos, solo que ahora no correteaban tras el perro, esta vez contemplaban extasiados la nueva muñeca que su padre había traído para la pequeña niña, era una hermosa muñeca que brillaba de lo nueva que estaba, los niños también habían recibido sendos regalos, pero la de la niña les era más fascinante de contemplar. Solo el más pequeño no hallaba gusto en ver algo que era simple a sus ojos sino hundir la cara en la panza de la perra que disfrutaba del juego inocente.

Anne apoyaba la cabeza en el hombro de su esposo que la tomaba de la mano, estaban sentados en el mismo banco de la otra vez con el amigo y su recuerdo había desaparecido por completo de la mente de Anne, ella solo pensaba en lo feliz que se sentía de ver a su familia completa otra vez. Adrián también disfrutaba de la reunión familiar, pero no podía evitar mirar al niño menor hundiendo la cara en el animal, no le parecía algo bueno para su salud, pero se contenía al recordar que él mismo había traído a la perra que parecía tener el solo objetivo de crecer sin parar, además de jugar con sus jóvenes amos.

El motivo de Adrián de traer al perro había sido uno: ver los ojos brillando de sus hijos al ver tan hermoso animal y que juegue con ellos; debía reconocer que el animal cumplía con esa función.

— Debería tener un compañero— dijo Anne de pronto.

— ¿Quién?— preguntó Adrián sin entenderla.

— Lila— era el nombre que le pusieron los niños a la perra por sugerencia indirecta del menor que solo decía eso en sus frustrados intentos de decir algo.

— Ni hablar— rechazó la idea contundentemente aun sabiendo que terminaría obedeciendo a los deseos de su familia si ellos se lo pidieran, los cumplía por sentirse un tanto culpable de no estar con ellos tan seguido. Se le había pegado algo del sentimentalismo de su esposa.

— De acuerdo— aceptó Anne sabiendo lo que sentía él.

Se quedaron el silencio observando a sus hijos y deleitándose con la felicidad de ellos, nadie en la gran casa osó interrumpirlos, porque era grato saber que la buena señora estaba reunida con su esposo después de largo tiempo.

Los dos niños mayores y la niña rodearon a su padre después de la cena, ellos sabían que su padre era bueno contando historias y querían aprovechar esta primera noche de su llegada escuchando una de sus favoritas. El padre, que gracias a los niños había redescubierto algo que le gustaba hacer de más joven, encabezó la marcha a la habitación de la niña que al notarlo corrió primera y se dejó alistar por su Nana para meterse de una vez en la cama.

El padre se sentó en el sillón, todos los dormitorios tenían un mismo tipo de sillón, y la niña se sentó sobre la cama, la madre se sentó al lado de ella y los niños se sentaron en el suelo, uno a cada lado de su padre, y oyeron atentamente la narración.

— Padre ¿puedo pedirle un favor?— dijo Gregory, el hijo mayor, cuando su padre terminó de hablar.

— Afuera— respondió el padre dejando que su esposa recueste a la niña que se había quedado dormida en su regazo.

La Nana se llevó al segundo hijo a su habitación y los dejó solos.

— ¿Qué deseas?— preguntó el padre seriamente, su hijo ya no parecía muy animado para hablar, tal vez porque se encontraba solo y sus hermanos no podrían apoyarlo. El padre lo llevó hasta su habitación y esperó que el niño se decidiera a hablar.

— ¿Podemos ir al festival de la ciudad?— soltó por fin el niño sin mirar a su padre— es en unos días, señor.

— ¿Festival?— repitió el padre viendo otra lucha perdida— ¿Dónde será?

La Princesa Errante Encontró Un HogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora