Capítulo ocho: Latidos

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Me levanté temprano, me vestí y salí corriendo con el bote de pastillas en las manos. Me subí al metro y después de caminar un poco, llegué al hospital.

—Soy Gala Ponce y tengo cita con Fernando Ortega —le dije a la chica de recepción.

—El doctor la está esperando —dijo la chica y me dio los papeles que tenía que llevar al médico.

Subí las escaleras con cuidado y toque la puerta.

—Adelante —dijo y pase a consulta.

—Perdón por el retraso —le dije.

—En ti, llegar diez minutos antes de lo que sueles retrasarte, es un milagro —dijo y le entregué los papeles —. ¿Cómo has estado?

—Ya no me siento cuando el corazón late fuerte. Bueno, sonara ridículo, pero se me acelera como si fuera a salirme cuando estoy con una persona.

—Gala, ¿te estás tomando las pastillas a tus horas?

—Bueno, a veces se me olvida. Es que no puedo estar pendiente de todo y de todos.

—Gala, tu corazón no funciona. Estás al borde de un abismo y las pastillas frenan un poco el desprendimiento.

—Fernando, ¿no lo entiendes?

—¿El que no entiendo?

—Yo sé que me voy a morir —dije y se levantó, nervioso —. Yo me voy a morir y eso es inevitable.

—Solo necesitas un corazón sano, Gala.

—Llevas dos años y medio buscándome un corazón nuevo y no aparece.

—Lo sé, Gala.

—No me da miedo morirme, Fernando.

—Gala...

—Revísame y me voy, porque tengo examen a las once y media.

—Es importante que te tomes las pastillas, que no cojas nervios y que escuches a tu corazón cuando este ya no pueda más, Gala. No puedes pedirle más de lo que ya él puede darte, ¿vale? Voy a tener que hablar ya con tu tía, tu tutora legal.

—¡No vas a hacer eso! —le gritó.

—¡Gala!

—Soy tu paciente y tengo el derecho a decidir por mi misma.

—¡Gala, necesitas un corazón! ¡Entiéndelo! Necesito hablar con tu tía y contarle todo esto.

—¡Qué no!

—Gala, por favor.

—Fernando, tú abres la boca y te demando. No es ético lo que pretendes hacer.

—¡Eres menor!

—¿De verdad vas a ir por ahí? ¿Qué pensara mi tía cuando le diga que mi madre murió estando embarazada de ti y que al forense se le pasó ese detallito? Ah, ¿cómo olvidar cuando no le dijiste que mi padre iba descuidando la carretera, por la postura de su cuerpo? ¡Lo tuyo tampoco es ético!

—¡Gala!

—Revisame que tengo un examen —le digo y asiente.

Comienza a revisarme y siento el frío de estetoscopio en mi pecho.

—¿Quieres oírlo? —me pregunta y asiento.

Me pongo el estetoscopio en mis oídos y siento como mi corazón me pide auxilio y suena como un piano desafinado. Mi corazón ya no funciona y cuando termine de desafinarse por completo y las teclas ya no quieran funcionar, me moriré. Mi cuerpo caerá sin vida cuando me dé un infarto y soy tan débil que no volverá a latir nunca más. ¡No querrá latir más por mí! Los ecos de amor que siento, se esfumaran. ¡Ya no sentiré nada más por nadie! La tierra del cementerio cubrirá la caja en la cual está mi cuerpo sin vida y mi alma volará con anhelo. Con ecos de anhelo de no haber podido sentir y ser una grandísima estúpida. Ya nada importa, ya los latidos de mi corazón suenan a chatarra y, ni siquiera un nuevo corazón podrá dejar que esto que estoy sintiendo, se evapore y se esfuma.

Amor de contrato #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora