Capítulo veintisiete: Eternidad

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Sentí el sonido del helicóptero a medida que tiraban de la camilla a gran velocidad y me monitoreaban.

—Se inyectó a la paciente la vía intracardíaca dentro del corazón. Se preparó una aguja de diez centímetros de largo en el cuarto espacio intercostal sobre el borde izquierdo del esternón. Necesita un trasplante de corazón con urgencia.

—¿Quién estará a cargo de la operación, doctor? —le preguntó alguien del equipo.

—Yo. La paciente ha recibido tres infartos en menos de una semana —dijo una vez entramos en el ascensor. —Prepárenla. El quirófano ya debe de estar preparado.

—Fernando —logré decir —. Yo... necesito... hablar... con... mi... tía. Necesito... hablar... con... ella... antes... de... entrar... a... quirófano —le dije como pude, ya que tenía la mascarilla que me proporcionaba oxígeno.

—Está bien, Gala —dijo Fernando.

Me llevaron a una habitación y nos dejaron a solas a mí y a mi tía.

—Tía...

Me quité la máscara de oxígeno.

—Gala, por favor.

—Escúchame, por favor —le dije y ella me tomó mi mano entre la de ella —. Sobreviví a la muerte de mis padres. Deje ir a la persona que más amaba con toda mi alma. Lloraba día sí y día también por sentir que no valía absolutamente nada. Y le pedía a este corazón que latía dentro de mí, que se debilitara aún más rápido de lo que ya lo hacía. Pero, cuando me levanté, le rogué amor a un ser que no me merecía, puesto que solo me hizo sentir que era una basura. Y después de todo lo que pase, entendí que el sol vuelve a brillar a pesar de todo. Y cuando brilló, brilló tanto que me hizo sentir que, en los brazos de Pablo Gavi, podía ser feliz. Pero un día, un día caí y se me paró el corazón, despertándome en una camilla mientras le pedía perdón al amor de mi vida por ser un caos, pero no solo le rogué a él, le rogué a mi corazón que seguirá latiendo, sin esperanza alguna. Entonces, entendí que aunque el sol brille, la vida no y lo mejor que se puede hacer es disfrutar lo que nos queda de vida, como si fueran los últimos. Yo estaba tan rota que no pude hacerlo, porque de tanto desear una cosa, el corazón se volvió a parar y me dio el segundo infarto. Lo único que nos queda, es sentir porque la luz interior se apaga y es muy malo morir sin sentir lo que es bailar al ritmo de la vida, porque aunque todo comience con un contrato, siempre se puede sacar un amor de contrato, ¿no?

—¿De qué estás hablando, Gala?

—Estoy diciéndote que llevo toda una vida cansada y que donde único me sentí bien, fue en los brazos de Gavi. He cometido tantos errores, tía, que ahora, después de desearle tanto a este corazón que muriera, tengo miedo.

—Gala, por Dios. ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué?

—Porque no soportaría ver como me miras todos los días de mi vida, como mismo me estás viendo ahora.

—¿Y cómo te miro, cariño?

—Con pena. Me estás mirando como una persona que va a entrar en un quirófano, que ha recibido dos o tres infartos y la cual aceptó un amor de contrato para no pedirte dinero y sentirme humillada.

—Pero, cariño. —Mi tía me abrazó y lloré en alto junto a ella. —Sabes que ese dinero es tuyo y estoy segura de que vas a disfrutarlo cuando salgas de esa operación.

—No.

—¿No que, mi amor? —me pregunto y me limpio las lágrimas.

Tenía el presentimiento de que no iba a salir de allí.

Amor de contrato #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora