Capítulo diecisiete: Dueles, pero mas duele ese mes.

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Me desperté aturdida, en una habitación de hospital, mientras Guzmán sostenía mi mano entre su mano y Elena me peinaba el pelo.

—¡Gala! —gritó Guzmán y Elena estampó sus labios en mi mejilla.

—¡Has vuelto! —gritó Elena.

—¿Qué día es? — pregunté —. Parece que he dormido una eternidad.

—Gala...

—Estamos a dos de mayo — me dijo Guzmán.

—Llevas casi siete días durmiendo —dijo Elena y las lágrimas brotaron por mis mejillas —. Gala, el médico, dijo que tienes algún tipo de Anemia, no sé muy bien por qué no le entendí, pero dijo que estabas como débil.

—Fernando... —dije y me lamí los labios, pues lo tenía secos.

—Guzmán, llama al médico y dile que Gala despertó mientras yo le dejo el cacao.

—No quiero cacao — intenté moverme, pero parecía que me iba a romper de los dolores que tenía —. Vamos a ver, necesito que lo llaméis, por favor.

—Voy —dijo Guzmán cuando Elena lo fulminó con la mirada —. A ver si mueves tú un poquito el culo, guapa.

—Cállate y obedece.

—No soy un perro, mandona.

—Bueno, te comportas como uno —le contestó Elena y Guzmán tenía ganas de matarla.

—¿Puedes darme agua?

—¿Puedo darte agua? Es que no sé. Espera a que venga el médico, ¿si?

—Por Dios —dije y me moví un poco.

—¿Te subo la cama para que estés más cómoda?

—Por favor —le dije y subió la cama.

—¿Así estás bien?

—Sí. Gracias —le dije y acomodé mi cabeza —. ¿Me ha hablado?

—¿Pablo Gavi? —Asiento con la cabeza —. No, Gala. No.

Asentí con la cabeza y sentí que me quemaba por dentro, pero al fin y al cabo, él estaba enfadado y yo no era nadie para correr hacia él. Todo era parte de un contrato y ya estaba más que claro que me iba a morir en cualquier momento, mucho más después de sufrir un infarto.

—Gala..., ¿qué pasó? —me preguntó Elena y la miré.

—Nada, ese es el problema —le dije y comencé a llorar.

—Ey —dice y la abrazó como puedo.

—Estaba cubierta de colores cuando estaba con él —dije entre lágrimas.

—Todo se va a solucionar.

—No se va a solucionar —le dije.

—Se va a solucionar, Gala —dijo Fernando y levante mi cabeza del hombro de Elena —. ¿Podrían dejarme solo con la paciente?

—Claro, doctor —dijo mi tía después de darme un beso y salieron los tres de la habitación.

Fernando se acercó a mí.

—Tenemos un donante —dijo Fernando y sonreí —. No te emociones, Gala. Tenemos que hacer las pruebas de compatibilidad —dijo y asentí con la cabeza —. Es una niña de dieciocho años que tuvo un accidente hace dos días, sus padres han decidido donar sus órganos y eso es todo lo que puedes saber.

—¿Cuándo tendrás los resultados?

—En una hora más o menos.

—¿Qué hora es, Fernando?

Amor de contrato #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora