Capítulo veintidós: Intentando aparentar que todo está bien.

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Sentí absolutamente de todo a medida que nos íbamos besando, pero puse mis pies en la acera y comenzamos a reírnos a carcajadas.

Estaba siendo feliz y no solo yo sonreía, también sonreía mi corazón y mi alma. Era completamente feliz.

—Eres incapaz de alcanzarme —le dije y me eché a correr, riendo a carcajadas.

La lluvia seguía cayendo, seguíamos mojándonos, empapándonos cada vez más y me cogió por las piernas y me subió a su hombro como si fuera un saco de papas.

—Es hora de irnos —dijo cuando la lluvia se puso peor y nos refugiamos debajo de un balcón.

—Tenemos que conseguir un taxi —le dije.

—¿No me digas? —Ríe. —¿Sabes? Eres demasiado lista y hermosa para ser verdad.

—Ya, claro —le grité —. Y tú eres un pivón como para estar conmigo. Guapo —le dije y estampo sus labios contra los míos.

—Me muero de frío —dijo, con sus labios sobre los míos.

—Soy un cubito de hielo —le dije y comenzamos a buscar un taxi antes de morir congelados.

Después de unos diez minutos, páramos a uno y nos subimos corriendo. Me abrazó durante todo el camino porque estábamos empapados y, realmente, muertos de frío.

—Necesito un colacao —le dije.

—Necesitamos cambiarnos de ropa —me dijo —. Estamos empapados y vamos a coger algo.

—Existen los medicamentos, ¿sabes? Para eso están. No vamos a coger nada —le dije y apretó mi nariz.

—Te detesto.

—Me amas que es diferente —le dije y comenzamos a reírnos.

Después llegamos a casa y entramos al portal.

—No podemos subir así en el ascensor —le dije —. Podríamos morir electrocutados.

—¿Y quién va a subir en este estado en ascensor?

—No lo sé —le dije —. Vamos, anda.

Comenzamos a subir por las escaleras.

—¿Te gusta la medicina? —me preguntó.

—Si, pero no.

—Si pudieras ir a la universidad, ¿qué estudiarías?

—Nada, porque no iría.

—¿Ah, no? ¿Y eso?

—No se necesita ir a una universidad para ser alguien grande e importante. Quería ser profesora de patinaje, vamos, entrenadora.

—¿Trabajar en donde patinaste?

—No. Yo, si tuviera la oportunidad de vivir más, montaría mi propio lugar para patinar. Sería totalmente increíble. ¿No lo crees?

—Es a ti a la que te gusta patinar —dijo.

—También me gusta leer, el fútbol y la mantequilla.

—Eres demasiado rara —dijo y sonreí.

—¿Por estar enamorada de un vizconde, un mafioso italiano, un abogado que va en Ferrari a trabajar, un vampiro que tiene doscientos años y un surfista que pinta con la protagonista un cuadro y lo cuelga en su habitación, especialmente encima de la cama? Si.

—¿Cómo es eso del cuadro? —preguntó y nos paramos.

—La espalda llena de pintura, sobre el lienzo y...

Amor de contrato #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora