Capítulo veintitrés: Solo nos queda vivir hasta quemarnos en el infierno.

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Me quedé ahí..., abrazada a él como tantas veces había hecho a lo largo de la noche. Me quedé hipnotizada por sus manos y me acosté en la cama, sintiendo su cuerpo junto al mío.

Siempre había tenido la certeza de que el amor era algún tipo de locura no descifrada por el ser humano, pero Gavi me enseñó que amar tampoco es un delirio de delincuente y que podemos volar, sentir y ¿por qué no? Refugiarnos en él.

Me acosté encima de él cuando se tiró a la cama y me puso encima de él, sintiendo sus manos deslizarse por la piel desnuda de mi espalda. Nos quedamos en silencio, oyendo el silencio de la habitación y el latido de nuestros corazones.

Me quedé dormida, en paz y tranquila. Estaba en los brazos del hombre que amaba, y peor aún, estaba en los brazos de un futbolista al cual había besado por rabia en medio de un hospital y con periodistas al otro lado de la cristalera, intentando tener la exclusiva y al final, después de todo, la exclusiva se las di yo. Y si tuviera el privilegio de volver hacerlo, lo besaría mil veces más. Porque sí, porque no me arrepiento de absolutamente nada lo que he hecho, al contrario, me arrepiento de no haber vivido más.

Sentí la yema de su dedo deslizándose por mi nariz y sonreí.

—Me haces cosquillas —le dije —. ¿Qué estás tratando de hacer?

—Estoy memorizando cada extremo de tu cara.

—¿Por?

—Tengo miedo de que se me olvide.

Me callé y cerré los ojos mientras las lágrimas comenzaron a brotar por mis mejillas hasta desaparecer sobre la tela de la camisa de Gavi. Un corazón podría romper mil almas perdidas y un alma enamorada era incluso peor que un corazón roto en mil pedazos afilados. Un corazón sin vida y con ecos de amor es incluso más peligroso que un corazón que late, pero solo florecen flores envenenadas, con un resplandor a sangre que provoca que quiera salir corriendo en cualquier momento. El amor no nos puede salvar y yo soy la prueba de eso. Un corazón que ama, también puede morir en los brazos del hombre que su alma eligió como prueba de amor infinito. Todo un acto de amor.

—Con el paso de los años, se te irá olvidando. Eso no lo podrás evitar.

—El día que se me olvide, es porque padeceré una enfermedad neurológica.

—Lo peor de la medicina, es ver cómo un paciente muere en esas condiciones.

—¿Hablas por ti o por alguien más?

—Hablo por mí, pero también por todas las personas que tienen que ir a terapia más avanzada. He leído informes psicológicos de personas, y aunque es ilegal, no lo puedo evitar cuando me quedo sola en el hospital.

—¿Y cómo tienes acceso?

—¿Al ordenador? Me sé la contraseña de Fernando de memoria.

—¿Y qué lees?

—Los informes de pacientes que están en la planta de reposo. Allí los médicos escriben todo lo que el paciente dijo durante la consulta, su comportamiento y tratamiento a seguir. A ver, más o menos es así.

—¿Y?

—Había una paciente que se llamaba Elena Santana que dijo: Estoy cansada, desmotivada y aburrida de tener que venir a contestar sus estúpidas preguntas que no me van a ayudar nada. ¿Sabe una cosa, doctor? Un alma cansada es mucho más mortal que una cabeza sin equilibrio. La salud mental es mucho más importante para poder sobrellevar los problemas con los cuales tengo que lidiar cuando me levanto de esta silla y usted sigue cobrando un sueldo que paga mi madre con los impuestos. Solo quiero morirme.

Amor de contrato #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora